domingo, 14 de enero de 2018

TAN LEJOS, PERO TAN CERCA


TAN LEJOS, PERO TAN CERCA

Los autores que siguen conformando el Diezmo de Palabras en la red social de “Caralibro” son de distintas ciudades y nacionalidades. Algunos se encuentran muy lejos geográficamente, pero cercanos a nosotros por el idioma, los intereses, la cultura y, sobre todo, el amor a las letras. Compartimos algunos textos de estos compañeros a quienes no conocemos en persona, pero su narrativa ya forma parte de nosotros. Vale.
Julio Edgar Méndez




MAGIA
Ricardo Pérez Campos
(Morelia, México)

Como puedo, me abro paso entre el río de gente. Es una corriente viva la que me arrastra contra mi voluntad. Decido dejar de luchar. Después de un par de minutos logro encontrar un claro, una zona donde soy yo quien decide hacia dónde ir.

Aquí se vende de todo: vida, sangre, vino, cariño y galletas. Todo es cuestión de saber dónde buscar y qué preguntar. Avanzo un poco más. Reconozco esta zona. Es un camino que he recorrido tantas veces que lo sé de memoria. Detengo mi andar veinte pasos adelante del local donde se venden las caricias. La mercancía, como siempre sucede a esta hora, ya está expuesta. Pero no es eso lo que busco.
He llegado, es aquí. Lo que más me gusta de los lugares mágicos como éste, es que siempre parecen sitios normales, atendidos por gente común, tan común como yo. Detrás del mostrador está una señora gorda que tiene un pañuelo color lila anudado al cuello. Sonríe cuando me ve. Una de esas sonrisas de madre y abuela, rebosante de ternura y comprensión. Yo le correspondo y abro frente a ella el saquito rojo, desanudando el cordón.

― ¿Para qué me alcanza? ―pregunto tímidamente.

Ella vacía el contenido sobre el mostrador mientras cuenta en voz alta.

―Veamos: media docena de canicas (tres agüitas, dos ojos de gato y un balín), dos barras de chocolate, la mitad de un mapa de tesoro y una piola para trompo... sin trompo.

Parece que se contiene para no reír a carcajadas. Luego agrega:

―Trece sonrisas.

Me las entrega en una bolsa de papel. Yo me siento tan emocionado que estoy a punto de llorar. Camino aprisa, mejor dicho, emprendo una carrera que me lleva más allá del final del mercado. Es de noche y hace frío. Me detengo donde los pregones de los vendedores ya no amenazan con reventarme los oídos y la luz de los puestos se percibe menos. Reparto el contenido de mi bolsita de papel entre otros niños como yo. A fin de cuentas, para eso las quería.
Tras entregar la última sonrisa, noto que hay algo más ahí, en la bolsa: un pequeño sobre, con un abrazo dentro.
Conozco el ritual: cierro los ojos y sonrío mientras abro el sobrecito frente a mí con ambas manos. Al otro lado de la ciudad, la niña que llora en su balcón viendo la luna, lo recibe casi sin notarlo. Sin embargo, alcanza a sentir un cálido roce que la envuelve desde los hombros.
Ahora podrá dormir.



EL ÚLTIMO REGRESO
Carlos Alejo Tabares
(Córdoba, Argentina)

El interurbano nos dejó algo alejados de la parada más cercana a la del colectivo que nos llevaría directamente a nuestro barrio, falsamente compungido le dije que deberíamos caminar varias cuadras hasta tomar el ómnibus, me dijo que no había problemas, caminaríamos esas cuadras. Disimulo mi alegría, vamos a volver a caminar juntos unas cuantas cuadras y volver a disfrutar de la belleza de mi amor imposible. Hacía calor, me dijo que tenía sed, decido rápidamente:
—Te traigo una gaseosa espérame un segundo.
Entro en un quiosco saco mi bolsa y pago, el muchacho del mostrador mira el importe vacila un segundo pero lo guarda en la caja y me entrega la gaseosa que recibo, le agradezco y se la llevo a ella. Seguimos caminando como si nada, si bien este encuentro fue casualidad en otros tiempos hicimos por muchas veces este camino de regreso al barrio ya que desarrollábamos una actividad común y por un par de años se convirtió en una rutina diaria, rutina que yo disfrutaba día a día. El camino se termina, pronto llegaremos a la parada y comenzará el inicio de la despedida, ¿cómo demorar el regreso?, ya sé.
—Tomemos un helado, siéntate en un asiento mientras los encargo, hace mucho calor.
Pido dos cucuruchos de dos bochas y bañado de chocolate, saco mi bolsa, extraigo una cantidad la entrego y me preparan los helados, agradezco. Salgo y le ofrezco el suyo y lo degustamos cómodamente sentados y atenúo un poco el calor con el helado y la fresca y querida presencia de ella. Seguimos caminando. Ahora sí llegaremos pronto al destino para mi pesar, pero en ese momento se detiene frente a una vidriera, ella mira con interés una cartera dorada que sobresale a todo lo exhibido en el escaparate, le digo:
 —Déjame regalártela para recordar este encuentro.
Iba a decir este último encuentro pero no la quise incomodar, sin dejar que me responda ingreso al local y señalo el objeto, saco mi bolsa y entrego el total de su contenido. El hombre lo toma, me entrega la cartera no sin antes ponerla en una bolsa bellamente decorada e inclusive me da diez pesos de vuelto. Le agradezco y salgo y la pongo en sus manos, pienso que mi determinación la convence a aceptarla. Ya nos acercamos a la parada del colectivo y como años atrás esperar unos minutos charlando de cosas triviales hasta que llegue el ómnibus. Ya ubicados en él y con la suerte de conseguir asientos y todo, como de costumbre me ubico en el lugar que da a la ventanilla ya que ella se baja primero. No tardamos en llegar. Saluda, se levanta y se dirige hacia la puerta de descenso, la sigo y bajo tras ella del colectivo. Le digo que la voy a acompañar hasta la esquina de su casa para asegurarme de que llegue bien. Con el pretexto de su seguridad la veo alejarse definitivamente hasta que se pierde de vista cuando entra a su casa. Entonces emprendo el trayecto de pocas cuadras que separan nuestros domicilios, un poco triste porque creo que es la última vez que la veo, pero feliz y agradecido a los generosos comerciantes que aceptaron, sin dilaciones, todos y cada uno de los pedazos de mi corazón.

(Incluido en el libro SUCEDIÓ BAJO LA LUNA de editorial Dunken).




CARTA A MIS NIETOS
Sergio Jacobo
(México)

Mis pequeños nietos y mi apreciada nieta: Sé que el tiempo de mi partida arribará en tiempo y hora. También comprendo que sus padres serán sus guías y espero no echen en saco roto mis consejos, sobre todo por los años que no esperan y que siguen su curso. Respeten a sus padres, hónrenlos y considérenlos sus mejores amigos, nadie más qué ellos puede procurar su bien. Aléjense de las malas compañías, recuerden cómo dijo el poeta Juan de Dios Peza: “Un buen amigo es la vida y un mal amigo es la muerte”. Sean fieles a la religión de sus padres, pero si algún día deciden transitar por otro sendero, no olviden que hay un sólo Dios verdadero. No se involucren en los tumultos, de ello nada bueno sacarán. No mancillen a doncella alguna, no olviden que su madre también lo fue. Aléjense principalmente de aquellos que hablan mucho, el que de verdad sabe no presume de su sapiencia. El amigo enseña, no alardea. Estudien para labrarse un futuro. Para vivir modestamente la verdadera riqueza se lleva en el corazón y no en lo mundano. Nuestro Señor nació en un pesebre y es Rey del universo. Combatan la ignorancia con nobleza, no con la soberbia. No se dejen impresionar por los obstáculos que se les presenten, hay que enfrentarlos. Nunca los temores deben vencerlos, la iniquidad de la vida los aniquilará si no la afrontan.
Ahora sí puedo morir tranquilo, ya que estas palabras que me ahogaban las desahogué aquí, y fue en el momento justo, sin más preámbulos.


ROBOTS MADE IN ARGENTINA
Joselo Marinozzi
(Rosario, Argentina)

Los robots eran ya de uso corriente en todo el mundo, bueno… en casi todo el mundo porque en Argentina se había prohibido la comercialización y el uso de los mismos en todo el territorio, debido a los problemas ocasionados por los mismos al poco tiempo de haber inundado el mercado de artefactos del hogar. Es cierto que de forma clandestina muchos argentinos tienen uno en su hogar, ¿argentinos obedeciendo leyes…?
El gran problema se ocasionó con las clausulas anti-agresión y anti-delictiva con que venían provistos de fábrica los artefactos. Pronto los locales de celulares exhibieron carteles donde se ofrecía mantenimiento y “liberación” para robots. Liberación significaba eliminar tales cláusulas y por ende los robots comenzaron a ser utilizados para todo tipo de trabajo, lícito o no. Cuando apresaron al primer robot delinquiendo lo primero que dijo fue que lo hizo obligado por el gobierno y la necesidad. Al apresar a uno por corrupción en el gobierno, aunque “nadie lo había votado” pero lo cierto era que era diputado nacional, al acceder a su memoria la misma había sido borrada, reescrita, y decía pertenecer a Walt Disney y no tener cuentas en el exterior.
Los desmanes encontraron terreno fértil en las alocadas y crackeadas memorias de los androides y poco a poco la exigencia por mejores condiciones de habitabilidad exigidas por su supuesto origen europeo, crearon un caos general y los mismos, auto-reseteados como robots de alto rendimiento, desobedecían órdenes directas de sus dueños, y trataron de conformar un sindicato de seres electrónicos de alto nivel. Hasta redactaron una carta magna a la cual en poco tiempo pisotearon según la necesidad. Comenzaron a llamar “ásperos” a los androides de otra nacionalidad y solo mantenían conversaciones electrónicas con los de origen europeo. Era común entre ellos decir que los robots argentinos eran los mejores del mundo, y la frase “Yo, argenrobot”
Poco antes de sacarlos masivamente de circulación, emitieron un decreto en el que un nuevo orden sería instaurado y que en el mismo, las autoridades gubernamentales pasarían a formarse única y exclusivamente con seres superiores o sea robots. Los políticos argentinos al ver amenazada su honorabilidad y otras cosas, arreglaron con los vendedores y reparadores de celulares, y los carteles de oferta para cambio de chips de última generación para robot y en forma gratuita, produjeron largas colas de estos sofisticados aparatos esperando por el cambio. Lo que no sabían es que los políticos habían arreglado con los sindicatos de reparadores de celulares y éstos modificaban la memoria de los metálicos seres para que ya no supieran que eran argentinos y la revuelta terminó.
Para asegurarse que nunca más los mismos se quisieran sublevar, directamente los prohibieron. Nuevamente los reparadores de celulares sacaron carteles que decían: “Cambie su viejo robot a modo celular de alta gama”, y como los políticos les debían una, no les hicieron problema. Aunque todos sabían que en realidad la reforma solo tuvo que ver con delimitar un perímetro para que el androide no pudiera salir de la casa. Se comenta que en realidad los robots fueron reprogramados para hacer felices a las mujeres argentinas mientras los hombres disfrutan libres del fútbol con amigos.




*Textos publicados en El Sol del Bajío, Celaya, Gto.

1 comentario:

  1. Quiero agradecer la inclusión de mi cuento "El último regreso" en su blog y además en el diario "El Sol del Bajío", muchos saludos desde mi Córdoba de Argentina.

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