domingo, 31 de diciembre de 2017

DE CORAZÓN, GRACIAS


DE CORAZÓN, GRACIAS

Se termina el año 2017 y comienza otra vuelta alrededor del Sol. Gracias a ustedes, apreciables lectores, por permitirnos continuar con esta aventura de llevar algo de entretenimiento hasta sus hogares. Somos afortunados en contar con este medio, El Sol del Bajío, para difundir la literatura local, principalmente, pero también de otros estados y hasta de otros países gracias a la red de contactos que hemos creado en los últimos años. Además de la exposición en prensa, hemos recibido más de 93,000 lecturas en nuestro blog de internet a lo largo de nuestra historia virtual. En la red social “caralibro” somos más de 600 miembros activos en el taller literario, de los cuales ninguno ha sigo agregado, cada uno ha solicitado su ingreso. Ya estamos de forma permanente en la Enciclopedia de la Literatura Mexicana como el taller de literatura más antiguo del centro del país. A la fecha, han sido seleccionados los siguientes compañeros en el Fondo para las letras Guanajuato como candidatos a publicación editorial: Rosaura Tamayo, Javier Mendoza, Soco Uribe, Miguel Sánchez (ya se publicó su primera novela, Nahualli), Paty Ruíz, Diana Aboytes, Lupita Rivera y Enrique R. Soriano Valencia (ya se publicó su libro de relatos Tlaquetzalli). La obra de estos compañeros es en parte fruto del trabajo que hacemos en el taller de cada miércoles.
Terminamos el año con textos de Arturo Grimaldo, cuyo libro de cuentos CuentaLee va por la segunda edición y de nuevo estará a la venta en las principales librerías de la ciudad; Diana Aboytes y Verónica Salazar.
Gracias por acompañarnos los 52 domingos de este año 2017 y los esperamos en el 2018. Reciban un enorme abrazo de todos nosotros. Vale.



UN REGALO ESPECIAL
José Arturo Grimaldo Méndez

Los preparativos para recibir la Navidad en la casa paterna de la familia Giménez, habían comenzado desde los primeros días del mes de diciembre. En la casa, teníamos por costumbre pintar, escombrar, limpiar, desechar los objetos inservibles o de poco uso y cambiar la ubicación de los muebles,  año con año. Desde luego, no podía faltar la decoración con otros motivos navideños y la elaboración del altar o pesebre con las imágenes de pastores, ovejas, el buey,  la mula, San José, la virgen  María, y  el niño Jesús.
Sin embargo, ni la llegada de las posadas, los aguinaldos y las piñatas, fueron motivo suficiente para quitarnos de la mente, la ausencia del mayor de los cinco hermanos varones, quien desde hacía muchos años, le había dicho a su esposa -y ella a nosotros-, que no venía porque estaba un poco enfermo. Trabajaba en el Estado de Texas y cuando alguien le preguntaba que por qué le gustaba ir al  “norte”, decía que no era por gusto, sino por necesidad, pues quería darle a su familia una mejor vida, pues  esta era numerosa.
También el mayor de sus muchachos se encontraba por aquellos rumbos y era por éste sobrino, como nos enterábamos de su papá. La noticia más reciente que tuvimos de él, fue a mitad de este año, cuando el mayor de sus hijos nos informó que su padre sería operado de un tumor y que los médicos no le daban muy buenas noticias. Él se comprometió a mantenernos informados de la situación de su padre y nosotros ofrecimos orar por su salud.
Llegado el veinticuatro de diciembre, y un poco antes de iniciar la tradicional ceremonia  de “arrullar al niño Dios”, entonar cantos, villancicos y recibir  la bolsa con dulces, galletas y colaciones, conocida como “aguinaldo”, la esposa de mi hermano nos dio una noticia que cimbró a toda la familia reunida para tan especial ocasión.
─¡Juvenal ha muerto!
─¿Qué dices? –preguntaron varios de mis hermanos y yo al mismo tiempo.
Por unos instantes se hizo un silencio generalizado, en el que se podía escuchar el suave viento de la noche, que más parecía un lamento que presagiaba tristeza. El llanto le impidió dar más explicaciones antes de desplomarse en el viejo sillón que quedaba a corta distancia de ella.
Volvió en sí con la ayuda de algunas de nosotras, pues de  inmediato le colocamos alcohol en la nuca, toallas húmedas en la frente y algodón impregnado de alcohol para que oliera. Luego, con dificultad,  volvió a tomar la palabra:
─Mi hijo Raymundo está haciendo los trámites necesarios para traerlo de regreso a casa.
Ante la falta de palabras, uno de mis hermanos, con la voz entrecortada se dirigió a todos los presentes:
─Familia: El destino de cada uno está trazado desde la eternidad y nosotros no hemos decidido que las cosas pasaran de esta manera. Los invito celebrar con la misma alegría con la que nuestro hermano Juvenal vivió estas fiestas cada año.
Ofrezcamos esta tristeza a quien tiene la potestad para dar y quitar; de cambiar los planes humanos y transformar lo perenne en infinito. Ofrezcamos esta pena a Dios niño. Arriba los corazones y que nuestro ánimo no decaiga. Si nos mantenemos unidos, seremos fuertes, si nos dejamos vencer por el individualismo y somos egoístas, seremos débiles ante el embate del mundo.
Cada quien escuchaba mis palabras, pero tal vez en el fondo de su corazón había una resistencia natural a creer lo que salía de mi boca. Dimos inicio al festejo de Navidad y en ese mismo instante, las campanas del templo de la localidad “doblaban” en señal de duelo, situación que confundía a los demás habitantes del lugar, pues todos sabían perfectamente cuál era el sonido que anunciaba el  nacimiento del Redentor. Desde ese momento se apoderó de nosotros una gran incertidumbre e impotencia por no saber con exactitud cuándo y a qué hora recibiríamos aquel “regalo fraterno”.
Al día siguiente, veinticinco de diciembre, hubo pocas noticias y mínima comunicación al respecto. Para estos momentos, ya todas las personas de la comunidad sabían la noticia y visitaban a mi cuñada para acompañarla y darle una palabra de consuelo. Nosotros y sus hijos más pequeños, también estábamos lo más cerca de ella. Algunos, daban la impresión de no entender la justa dimensión de un acontecimiento como ese. Fue hasta entrada la noche de ese día, cuando se  comunicó a la familia que el hijo ausente llegaría el día veintiséis. La casa de mi hermano  estaba llena flores, como quien espera al novio para la boda, como una fiesta que se ha preparado con antelación. También había muchas personas conocidas; amigos, familiares y algunos que no habíamos visto nunca, pero que  tenían lazos de amistad con él.
El veintiséis de diciembre a medio día, por fin llegó a la tierra que lo vio nacer y que lo recibiría de nuevo en sus entrañas. Hubo aplausos, porras, vivas, cantos, y llanto, pero también alegría por recibir al hijo, al hermano, al amigo, al esposo, al padre, al compañero de trabajo. Era llevado en hombros, como un héroe que regresa a casa, ceñido con el laurel de la victoria.
Una vez colocado en el trono del reposo, una ancianita de quien todos estábamos al pendiente y temerosos de que no pudiera soportar aquel acontecimiento de dolor, se acercó lentamente hasta el lugar donde se encontraba su querido hijo, demostrando una fortaleza interior, para muchos desconocida y antes de que cualquier otra persona lo hiciera, lo contempló por unos instantes, le dio la bendición final y dijo:
─ Señor, tú me lo diste, tú me lo quitaste, bendito seas.
Dio la media vuelta y se alejó.  Al pasar frente a mí, comentó en voz baja:
─Esta caja contiene el mayor regalo que pude haber recibido en Navidad.
Aún no puedo olvidar esa mirada tan limpia y sincera de mi madre, que quedó grabada en mi alma. Tal vez ese gesto de confianza, de fe y de aceptación de algo que viene de lo alto, sirvió para que muchos de nosotros, hermanos de aquel hombre inerte, aprendiéramos una lección más de vida. Nada ni a nadie se le puede reprochar un acontecimiento como el que vivimos en ese “entonces”, de muerte y de vida al mismo tiempo, porque al vivir una experiencia como esta, el hombre tiende a ver sólo despojos humanos, cuando en verdad, hay una prueba enorme de la presencia del Dador de la vida.
Es el dualismo existencial de muerte y vida; tristeza y gozo, presencia y ausencia, fin y eternidad, polvo e incorrupción, tierra y cielo. Han pasado muchos años de su partida y aún siento que le extraño, porque su alegría contagiosa, su personalidad y su optimismo para enfrentar la vida me hacen falta.
También, reconozco que en ocasiones es necesario saber que hay cosas que están lejos de nuestro alcance y que somos incapaces de cambiar, pero que están allí para aprender de ellas y vivir cada día como si éste fuera el último de nuestra existencia. Cuando mi hermano Juvenal se fue cargado de ilusiones, nunca pensé que regresaría vacío; tampoco me imaginaba que unas personas lejanas le robarían sus fuerzas a cambio de unos cuantos billetes con otra denominación e idioma desconocido.
Muchas veces he oído decir a su esposa: Es que yo se los entregué “vivito y coleando” y ellos me lo regresaron en un cajón… y de inmediato se le vuelven a llenar de lágrimas sus ojos. Tal vez por eso me he atrevido a expresar este sentimiento que estaba atorado allí en mi pecho. Reconozco que soy la menos indicada para hacerlo, pero creo que tengo derecho y autorización por el hecho de ser una de sus hermanas.
También sé, que hoy, un sueño americano duerme en tierra mexicana.



Y LO DIJO EL RECUERDO
Diana Alejandra Aboytes

Todos se pusieron de pie para ovacionar al escritor. La presentación de su reciente obra había sido un éxito. Entre la muchedumbre una joven avanzó para adquirir un ejemplar del libro titulado: “Te espero detrás del verano.” Novela de corte romántico que prometía una lectura de emociones efervescentes y nudo en la garganta. Después de la compra, la joven mujer se aproximó al autor…
—¿Usted escribe libros? –preguntó un tanto en broma para restar formalidad al momento.
Éste giró al oír la voz de la fémina detrás de su espalda, mientras firmaba el último ejemplar.
—Bueno, a veces escribo historias bonitas -respondió intentando ser amable. El autor observó que las sutiles manos femeninas sostenían su obra literaria-. ¿Quiere que le firme el libro?
—No -la dama replicó firmemente bajando la mirada- yo sólo quiero que escriba un cuento para mi madre. Le pagaré.
—Ah, una historia de amor y con final feliz -asintió el escritor mirándola a detalle… El parecido con la chica era tal, que el pasado volcó en su memoria al verse proyectado en ella.
Al instante, la mujer levantó sus anegados ojos respondiendo…
—Será suficiente que sea una historia con otro final.



RECUERDOS DORMIDOS EN UNA TARDE
Vero Salazar G.

A veces lo inexplicable nos parece irreal
se siente lo que no se quiere,
como andar entre nubes de humo.
Quisiera que pasara el tiempo
que las cosas no fueran, pero existen;
no hay sentimiento ya eso es lejano,
el cariño se estacionó donde no hay algo.
Con la bruma los recuerdos
se vuelven agua en las manos y se van.
Quisiera detener la vida, el dolor, 
la impotencia me deje una media sonrisa,
convierta mi vida en viento
viaje al cielo de la esperanza que muere…
muere en la tarde dormida en los recuerdos
que se quedan guardados en mí, ahí están,
estáticos, insensibles.
Hay momentos que se pierden, se van, nada se puede hacer.
Ante lo inevitable: dolor, silencio, soledad.
La ausencia no se sentirá
se queda en la sonrisa de recuerdos maravillosos
eso ayuda, eso alivia, es tangible,                                 
como tu recuerdo y tu partida.   

++++++++++++++++++

SABOR AÑEJO
Vero Salazar G.

Sigo a la espera en ese rincón
donde el sol hace su nido.
El café se endulzó con anhelos.
Está helado y desabrido.
Me conformo con la humedad de tus besos
que moje estos sentimientos
negados a olvidarte. 
La bata que me cubre se luye
por el paso indolente del tiempo,
ya no me verás hermosa.
Las ganas de adentrarme en tu cuerpo
se quedaron dormidas.
Las viejas cortinas no dan paso a la luz.
la penumbra ocultará las arrugas de mi piel.
Pero mira, tengo el alma lisa como un diamante.
Amor, el lecho perdió la fragancia de tu tierra mojada,
en la esquina de la habitación te espera una mesa
con un florero desnudo, una vela y dos copas polvorientas.
La flor perdió su encanto, se marchitó,
la vela se consumió a la espera de un regreso añorado.
Solo queda la botella de vino,

por cierto... éste ya está añejo.

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