domingo, 23 de julio de 2017

LOS GASES DE LA MUERTE Y OTRAS NARRACIONES


LOS GASES DE LA MUERTE Y OTRAS NARRACIONES
-Sucesos extraordinarios al estilo de Carlos Javier Aguirre-

La leyenda es, según algunos: “Un suceso en la comunidad fuera de lo ordinario que afecta a la población, sin una explicación lógica de los hechos. De origen espontáneo y popular, su naturaleza oral genera que haya cambios conforme el paso del tiempo”. Los años dan forma a una serie de leyendas que son conocidas con distintas versiones según la zona donde se ubique el narrador. En nuestro Celaya existen muchas historias de conocimiento público y otras no tan conocidas, que han sido recopiladas por nuestro compañero del Diezmo de Palabras, Carlos Javier Aguirre Valderrama. Médico veterinario zootecnista, con estudios en desarrollo rural y liderazgo, ha recogido a lo largo y ancho de nuestro municipio estas narraciones extraordinarias y las recupera, para beneficio de quienes gustan de las leyendas, en versiones divertidas, con un estilo llano y directo. Carlos ha sido publicado en distintos medios y también en Cuentos del sótano, de Editorial Endora; en El oro de los trigos, del Sistema municipal de arte y cultura de Celaya y en la serie de cuentos Miguel Artigas, en España. Vale.
JEM

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DOÑA PERPETUA
Carlos Javier Aguirre Valderrama

La señorita Perpetua Ontiveros, hija única de una de las familias de más abolengo en la ciudad de Celaya, con domicilio en la primera calle de Madero, había sido desde chica muy enfermiza, con  ataques que la dejaban inconsciente durante varias horas. Su padre era un rico hacendado.  La familia pasaba  largas temporadas  en el municipio de San  Diego de la Unión. Por sus constantes  enfermedades y su aislamiento fue una experta en egoísmo. Era embustera y mezquina, pero su dinero  le reportaba cierto respeto con sus amigas, aunque fueron muy pocas.
Un día de mayo  ya no despertó. Se  dispuso  todo para su entierro en la cripta familiar. La vistieron, le colocaron sus aretes de diamantes, un broche de esmeraldas y un anillo brillante del tamaño de un garbanzo. Su papá pidió verla por última vez. Destaparon la caja. El enterrador se quedó asombrado de las joyas que traía la muerta.
Por la noche,  el sepulturero cerró el panteón desde adentro. Fue hacia la cripta de la señorita Perpetua. Abrió la caja. Empezó por quitarle los aretes y el broche. Pero por más esfuerzo que hacía en sacarle el anillo, no podía. Agarró las  tijeras de jardinero que tenía al lado y le cortó el dedo. Doña perpetua se dio el sentón  y el sepulturero cayó sobre ella.
Macabro hallazgo al día siguiente para los trabajadores del turno matutino del panteón. Encontraron  la caja de la señorita Perpetua abierta y al sepulturero sin vida, encima de ella, con el anillo en la mano.



LOS GASES DE LA MUERTE
Carlos Javier Aguirre Valderrama

La familia Vázquez, con actitudes  muy enraizadas con la religión católica, vivía por el barrio de San Miguel. Desde que llegaron a vivir a esa casa empezaron a suceder cosas extrañas. Por las noches se  escuchaba el ruido de cadenas, llantos lastimeros y voces; los objetos cambiaban de lugar; los trastes de la cocina caían en el suelo sin ninguna razón lógica; las sillas del comedor tuvieron que amarrarse para que no salieran volando por alguna ventana.
Una mañana, don Pedro Vázquez, entre sueños, despertó a su esposa Ana:
—¡Despierta! El muerto quiere decirme algo, lo tengo sentado junto a mí. Dice que el Viernes Santo a la media la noche,  en el patio, debo de estar con dos niños vestidos de blanco, con una vela cada uno, deberemos de rezar el Rosario. En algún lugar del patio empezará a salir de la tierra un árbol. Ahí tendré que escarbar. Lo que encuentre nos hará  muy felices.
Al día siguiente decidieron mejor cambiarse de casa. Se fueron por el rumbo del barrio de la Resurrección. Ahí las cosas no fueron muy diferentes, los sucesos extraños se mantuvieron.
En las noches, en el patio se podía distinguir una llamarada. Desprendía unas esferas azuladas, desplazándose en diferentes direcciones hasta perderse de vista. La familia entró en pánico cuando vio que del piso empezaba a salir un pequeño árbol.
En una ocasión su compadre Julio lo vio en el jardín, caminaba cabizbajo.
—¿Qué le pasa, compadre?
—Que el muerto no nos deja tranquilos.
—Mire, compadre, deme permiso de escarbar ahí donde dice usted que sale como lumbre
—Bueno, si usted gusta el fin de semana.
El sábado, el compadre empezó a escarbar. De rato salió del hoyo sumamente  pálido con la mirada perdida.
—¿Qué pasó, compadre?
—Creo que ya me llevó la tiznada. Por la ambición creí que le había pegado a un cántaro de barro, pero empezó a salir un gas.
No dijo más, perdió el conocimiento y dejó de respirar.

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EL CRUCIFIJO
Carlos Javier Aguirre Valderrama

Todo sucedió a finales del siglo pasado. La mayoría de la gente que vivía en el barrio de san Antonio, siempre andaba con temor por tantas historias de fantasmas que se contaban. Una tarde doña Chole encontró a su comadre Zenaida.
—¿Cómo estás, comadre?
—Muy mal, Chole, figúrate que ya no puedo dormir por la pura preocupación. Hasta mi marido que era muy andariego dejó de salir por la noche, y todo por el miedo de los aparecidos.
—Yo estoy igual de asustada. Todas las noches escucho los cascos de caballos que jalan una carreta. El vehículo se detiene y baja  una novia vestida de blanco. Mucha gente también la ha visto, dicen que es una nueva aparecida. Primero fue la taconeadora, luego la marrana infernal, después la mujer con cara de mula.
—¿Qué sugieres que hagamos, Chole?
—Traer al Obispo y empezar con los rezos. Mira, por lo pronto yo voy a poner un crucifijo  en la esquina de Leandro valle con  Jiménez, el que trajeron mis compadres cuando fueron a  Roma. Le tengo mucha fe.
Don Paz, maestro en cartonería junto con sus hermanos, siempre que pasaba por donde se encontraba la cruz traída de Roma, se detenía y rezaba una oración.
Una noche, en un incidente triste e inesperado, Don Paz fue atropellado por un camión. Esa misma noche la cruz situada en Leandro Valle y Jiménez, desapareció misteriosamente.
El cuerpo de don Paz era velado en su casa. Alguien notó que las manos del muerto tenían la cruz sobre el pecho. Intentaron arrancársela de las manos pero todos los esfuerzos resultaron inútiles.

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EL VELORIO
Carlos Javier Aguirre Valderrama

Todo sucedió tan rápido un fin de semana, que estando frente al féretro no daba crédito que el muchacho que siempre parecía tan lleno  de vida, fuera el que estaba dentro de la caja, de color gris. La esposa se movía de un lado a otro y no dejaba de llorar.
La casa era muy chica, tenía piso de tierra. Acondicionaron el patio de la entrada colocando una lona. Todo Crespo se dio cita en el lugar.
Me senté junto a la madre del difunto Román.
—¿Qué fue lo que le pasó, señora Teresa?
—Pus verá su merced, mi hijo llegó hace dos día de su luna de miel, y el día de ayer ya no podía levantarse. Entonces mi mamá me pidió que fuera con su comadre y le mandara diez huevos. Cuando se los traje, en una tina rompió ocho,  al muchacho desnudo lo sentó en la tina, y éste rápidamente los absorbió. Por la tarde  mi hijo ya andaba caminando, pero en la madrugada su esposa empezó a gritar. Román estaba encima de ella y la tenía bien pepenada. Ya estaba muerto. Fui por el médico del rancho quien nos dijo que le dio un síncope.
Vea a ese niño, es hermano del difunto. Sí que ha corrido con suerte. Cuando su madre lo estaba amantando, un alicante era el que se tomaba la leche, y para que no llorara el niño, el alicante le metía su cola en la boca, por eso el niño creció flaquito y muy enfermó de sus pulmones, pero la abuela le dio el remedio que encargó a unos vecinos.
—¿Qué fue lo que le dio?
—El hígado del zorrillo en un té y mírelo, ya está re bien el chamaco. El médico ya lo revisó y no lo puede creer.


LA NIÑA DEL PUJO
                                             Carlos Javier Aguirre Valderrama                                                                 

Del mercado Hidalgo se recuerda con agrado que en el año de 1965, era una plazoleta donde la gente del campo iba a vender sus hortalizas.
Doña Joaquina se sentaba  a esperar a sus marchantes, mientras su nieta, Cony, niña muy vivaracha, se la pasaba jugando por toda la plazuela. Un día se encontró platicando a su abuela con un  señor.
—¿Abuela, quién era ese señor?
—Te voy a confesar un secreto, pero me prometes que a nadie se lo vas a decir.
—Te lo prometo.
—Bueno, ese señor hace mucho tiempo fue mi  novio.
—Ay, abuela, qué guardado te lo tenías.
A los pocos días Cony empezó con fuertes dolores de barriga y retortijones. La llevaron con doña Micaela para que la curara de empacho. Empezó jalando en el pellejo de la cintura y dándole golpes en la barriga. La niña escupía, hacía mil gestos y contorsiones.
—Ay, abuela, dile que ya no me pellizque.
—Toma, Joaquina, le das estas yerbitas para que se le salga  el empacho de la tripa: la yerba del perro, la uña del gato, la cola de caballo con el estafiate y la Santa María, todo como agua de uso. Si no ves mejoría la llevas con un doctor.
Dos días después, Cony fue llevada al Centro de Salud.
—¿A ver, niña, qué es lo que tienes?
—Pos las calenturas y no dejo de ir al baño
—Bueno, ahorita  la enfermera te va aponer  en el brazo una manguerita para que entre el medicamento y yo con esta jeringa te voy a inyectar.
—No, no doctor, me va doler mucho, mejor le digo lo que me pasó.
—¿Que te pasó?

—Me comí un secreto.



*Textos publicados en El Sol del Bajío, Celaya, Gto.

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