domingo, 25 de junio de 2017

SI PUDIERA REGRESAR EL TIEMPO


SI PUDIERA REGRESAR EL TIEMPO
-Dedicado a los padres-


*Fotografía por Cleo Gordoa

YO NO HE MUERTO
Cleo Gordoa

Yo no he muerto para ti,
sigo corriendo por tus venas,
en los rincones de tus pensamientos
y en cada nota de tu corazón que palpita.
Estoy en cada recuerdo atesorado,
en el lugar vacío que quedó sin mi presencia,
en tus oraciones que elevas cada noche
y en tus despertares, luego de los sueños.
Yo no he muerto para ti
porque eres parte de mí en esta vida,
y estoy a tu lado en tus momentos tristes ,
y estoy contigo en cada carcajada.
Tú eres mi huella en el camino,
eres mi historia para siempre,
eres un poco de mí, desde tu nacimiento
y eres mi reflejo en tu vivir continuo.
Por eso no he muerto para ti,
no llores con amargura por mi ausencia,
no te lamentes de haberme perdido,
yo vivo en ti y tú lo sabes.
Estoy entre esas paredes que nos refugiaron,
en los caminos que recorrimos juntos,
en tu piel porque tienes mis abrazos
y en tu alma, porque ella está conmigo.
Estoy cuando dices mi nombre
y el eco lo lleva hasta otras dimensiones,
estoy cuando solo me piensas
y vienen las añoranzas
y vuelvo a estar contigo.
No, no he muerto solo me he ido por un rato,
pero caminaré contigo en los años,
en todas tus experiencias nuevas
y quizás hasta los dos tropecemos.
Y seguiré siendo tú y seguiré estando en ti,
y lloraremos a veces, luego nos consolaremos,
yo cuidaré de tus pasos desde un espacio lejano
y yo vivo estaré, si me sigues recordando.


**Fotografía por Enrique Soriano

A MI PADRE
(la última lección)
Enrique R. Soriano Valencia

El propósito de la vida es la única fortuna que vale la pena encontrar.
Robert L. Stevenson

Mi padre era una persona de tez muy morena, de nariz muy bien delineada, bigote delgado, cejas pobladas, sienes totalmente plateadas... y de una serenidad como no he conocido otra. Su actitud hacia la vida –esa eterna actitud contemplativa, como quien se encuentra por encima de ella– le permitía gozar lo que otros no podemos. Estoy seguro que no era apatía. Tengo la seguridad que los golpes del destino sinceramente le afectaban. Pero, definitivamente, no era aquél que tratase de amoldar la realidad a sus necesidades –condición para frustrarse–. Era como aquel que no lucha contra la corriente y busca usar su mismo impulso para llegar a la orilla, antes de verse despeñado en una catarata.
Recuerdo cuando era yo aún adolescente una ocasión en que le hice padecer un fuerte disgusto y no fue capaz de lastimarme en lo más mínimo –ni con su voz o con su mano–:
—Papá ¿por qué ves el box? –pregunté con toda malicia, preparado para su respuesta.
—Pues, porque es un interesante deporte –respondió sin percatarse de mis intenciones y sin dejar de ver la pelea.
—Pues yo creo –respondí de inmediato, seguro de mi triunfo– que será deporte para los que ahí se encuentran... y eso fuera del cuadrilátero, cuando saltan la cuerda o corren; pero a los golpes, no les veo mucho deporte...
Papá apartó su vista del televisor para plantarla sobre mí. Su gesto demostraba desagrado por verse cuestionado por un mocoso que pretenciosamente sentía comprender ya muy bien la vida.
—Bueno, es cierto que sobre el cuadrilátero es más técnica y astucia, pero son personas que gracias a su preparación física ganan mucho dinero –exclamó en un intento final por salvar la situación–. Son personas que toda su vida han soñado con riqueza y finalmente lo logran a través del boxeo.
—Pues porque hay gente como tú, que paga por verlos o que los ve mediante la televisión, y el patrocinio también se paga. A ver, ¡dame diez pesos y te pego en la cara!
Papá no dijo más. La prudencia –su gran prudencia– no llevó más allá la enorme ofensa que acababa de hacerle. Sólo se limitó a apagar el televisor y se retiró a su lectura nocturna, únicamente más temprano en aquella ocasión.
Yo, por mi parte, creí haber tenido una contundente victoria (¡pírrico asunto!). Lo pretencioso no me dejó ver en ese momento que mi padre me estaba dando una lección de prudencia, de capacidad de comprensión hacia un hijo irreverente.
Hábilmente, sabía evitar el golpe de frente –como la clásica respuesta de cualquiera de responder igual–, para, poco a poco ir aprovechando ese ímpetu y encauzarlo hacia mejores lares. Esta crónica es muestra, prueba contundente, de que la lección cumplió su cometido: hizo que nunca se me olvidara esa desafortunada ocasión y me generó una profunda reflexión. Sí, efectivamente, mi padre me supo escuchar y encaminar mansamente...

Su muerte fue súbita, sin el dolor para la familia de una prolongada agonía. Por la mañana de ese mismo día, aún salió a hacer algunas compras. Muchos vecinos lo saludaron y por la noche no daban crédito a la noticia de su fallecimiento. Hasta en su muerte supo conducirse. Evitó lo más posible el rudo golpe de debatirse por largo tiempo entre la vida y la muerte. Simplemente permitió que lo inevitable –la muerte misma– hiciera su labor. Posiblemente fue su única despeñada.

Días antes de su fallecimiento me dijo algo que en su momento me disgustó, pero después de su muerte comprendí que fue su última enseñanza.
—Papá ¿ya te tomaste tu medicina? –pregunté con el ceño fruncido, como quien llama la atención a un hijo, pero de forma amable.
—No, hijo –admitió, fingiendo arrepentimiento–. Perdona, se me ha olvidado.
Papá tenía algunas semanas bajando de peso y todos suponíamos que era a causa de la diabetes, padecimiento que arrastraba hacía años.
—Pues debes hacerlo, papá. Recuerda cuando yo era pequeño y tú me insistías que para crecer sano y fuerte debía ser puntual con mi medicina  –recalqué todavía con la ufanía de quien cree que puede enseñar algo a quien lleva mucho camino recorrido.
Los instantes que siguieron a aquella frase están muy hondamente registrados en mi alma. Me clavó su mirada –dulce, serena, limpia, tranquilizadora– y me dijo algo que ha dado un sentido más intenso a la vida (mi hermano Carlos supone que aquella respuesta fue una especie de despedida. Yo no lo siento así. Creo que se trató de esa personalidad muy suya y que ahora admiro más. No pienso que haya sabido que iba a morir, sino que prudente como siempre, supo dar mejor sentido a la situación):
—Cuando yo te decía eso –me explicó serenamente, con una sonrisa de padre que explica a su pequeño hijo algo– era porque aún te faltaba mucho por recorrer. No estabas completo, te faltaba cristalizar tus objetivos, alcanzar, por fin, una mañana como la habías soñado. Yo, en cambio, ya he tenido esas mañanas. Tengo una esposa que me hace muy feliz. Los hijos que tengo, son gente de bien; comienzan a formar sus respectivas familias y observo que a sus hijos también los conducen por caminos positivos, de provecho. Son felices a su manera y a su estilo, porque cada uno ha hecho lo que mejor ha creído, lo más prudente, desde su propio punto de vista. Todos han desarrollado su personalidad dentro de lo que siempre esperamos de ustedes tu madre y yo. Esas fueron mis mañanas soñadas de niño.
»Lo que viva más allá de esto, será extra. Soy feliz, estoy feliz y eso nadie me lo puede quitar...

Su respuesta en el momento me disgustó. La creí una falta de deseo por vivir. ¡Qué cosa más absurda! ¡Me faltaban unas horas para entenderlo!
Cuando murió aquella noche, al verlo tranquilamente recostado, sus palabras resonaban dentro de mí. Fue entonces cuando entendí su lección –mi papá seguía charlando conmigo, seguía aleccionándome–. Hasta ese momento supe que el objetivo de la vida es ser feliz, no sólo estar vivo. Existir no basta, hay que darle contenido... y eso es cumplir consigo mismo. 
Cuántos no habrán pasado por la vida sin llegar a conocer la felicidad. Cuántos no habrá que jamás vivirán una mañana como las soñadas.
Son unos cuantos los privilegiados que logran lo deseado. Sólo unos pocos son los que alcanzan lo que siempre esperaron. La mayoría, absurdamente, nos peleamos con el mundo, esperando se haga lo que nos gustaría, sin ver que a nuestro derredor hay tantas cosas que nos ofrecen felicidad... ese es, precisamente, el único tesoro, la única fortuna, que vale la pena encontrar.
Papá lo logró, a su manera, incomprendido por muchos de nosotros, pero él tuvo lo que quiso... y además, nos lo dio a sus hijos.

Adiós papá,
tu hijo Enrique,

…a siete meses de tu muerte física, porque no morirás mientras alguien te recuerde... y yo charlo siempre contigo en mi corazón (diciembre de 1986).



SI PUDIERA REGRESAR EL TIEMPO
(Con motivo del día del padre) 18 de junio 2017
Arturo Grimaldo

Papá: (Don Luis Grimaldo Castillo)
¿Me das permiso de gritar  que “te amo”?. Está bien, lo acepto es un poco tarde. Pero lo que no me puedes impedir es que te agradezca el haberme dejado por herencia el baúl de tus recuerdos. Allí encontré varios medios para no olvidarte. Un papel y una pluma; un corazón de carne y tus caminos andados, llenos de destellos con sabor a ti;  el eco de tu voz; tu casa, tu retrato, tus pasos y la oportuna corrección.  Hoy comprendí que el tiempo regresa cuando invoco tu nombre, al recordar tu enseñanza, cuando ansío que sigas vivo en este corazón tan pobre. De tu esencia quedó impregnada mi alma y tus palabras aún taladran mis sentidos, porque están cargadas de sabiduría, de amor… de cariño.
Hoy, entiendo que la vida, -por obra del Creador- te dio un largo tiempo para compartir conmigo.
Desde el día de tu partida, el tiempo se detuvo entre mis manos. Tu nombre, tu cariño y tu sonrisa,  en mi piel se han grabado. Tu figura se agiganta a diario, pero más cuando el murmullo humano, dice que hoy se festeja “el día del padre”, que ¡Hay que felicitarlo!
Yo no necesito de publicidad y comerciales que anuncian un regalo. El mayor don es tenerte en mi alma, entregarte lo que soy y los valores que me has dejado. La sorpresa más grande para mí, es que tu imagen, de mis ojos no se ha borrado, ni tu nombre ha caído de mis labios.
“Padre sólo hay uno” y tú aceptaste serlo para mí, por elección divina y convicción a ti. Te alegraste por “mi nacer”, como el árbol, cuando le brotan renuevos de vida, que más tarde, le han de fortalecer.
Me llevaste de la mano por el mundo; aprendí de tu paciencia y sencillez. Hiciste gala de prudencia, para no herir con tus palabras, para escuchar sin medida y obrar con sensatez.
Disfrutaste en el silencio. Tu voz sonora y callada pronunció alabanzas; hizo a un lado las  infamias. Luego, fue sepultada en tierra de labranza.
Extiende tu mano como siempre, levántame después de la caída. Regálame de tu paz, de tu sonrisa, dame un poco de tu alegría; no desistas de ver un día, a tus hijos con la palma de la victoria y en un tiempo no lejano, gozar de tu compañía.
Padre mío: ¡ Tú nos has muerto!. Sólo duermes en mis brazos, ¡Eres parte de mi tiempo!
Y cuando me vaya de este mundo, tu sangre continuará  fluyendo en otros hijos, en tus nietos, en sus hijos y en  los hijos de sus hijos; en toda  tu descendencia que por ti seguirá pidiendo.
Esta tu obra inmensa, es parte de la creación. Nos dejaste un legado, una herencia de tu amor.
Ay de mí, si de ti yo me olvidare. Si esto pudiera pasar,  considérame hijo indigno y digno de compasión; más, por saber que eres de noble cuna, a ti acudo arrepentido, cada vez que lo amerite la ocasión.
 Por eso ahora te pido, que en la tierra y desde el cielo, me alcance tu bendición.
Te quiero mucho pá.
Gracias por ser mi padre y recibir en el cielo esta felicitación.



***Textos publicados en El Sol del Bajío, Celaya, Gto.

domingo, 18 de junio de 2017

EL MUNDO QUE PROHIBÍA VOLAR


EL MUNDO QUE PROHIBÍA VOLAR
-Dos cuentos de Javier Mendoza-

Javier Alejandro Mendoza González nació en Celaya. El gusto por las letras fue despertado en él durante la preparatoria “gracias a su querida maestra, Rita”. Por la inquietud de plasmar ideas y sueños surgieron los primeros escritos compartidos con las personas más cercanas.  Se integró al Taller Literario Diezmo de Palabras, donde impulsado por los colaboradores del mismo “se ha adentrado un poco más en el maravillo universo de la lectura y escritura”. En 2016 fue seleccionado en el programa Fondo Editorial Guanajuato para participar con una novela que pronto será publicada.
Es un orgullo para nuestro taller tener cada vez más compañeros participando en proyectos de publicación de novela, cuento y poesía con reconocimiento a su esfuerzo y dedicación por parte de editoriales de nuestro estado y de otros lugares de México y España.
Aquí nos comparte Javier dos textos sobre grandes valores humanos. Que los disfruten. Vale.
Julio Edgar Méndez



EL MUNDO QUE PROHIBÍA VOLAR
Javier Mendoza

El futuro llegó.  Luego de guerras y manifestaciones; de inventos y catástrofes que por poco le dan fin al planeta, la paz fue impuesta por los triunfadores.
            Todo aparentaba ser perfecto dentro de un largo periodo de civilidad, evolución y gran opresión.  Las metrópolis eran limpias y silenciosas; sobrepobladas, sí, pero con enormes rascacielos que albergaban cualquier manifestación posible de vida.
            Para desgracia de las mentes sin límites, el costo de la distopía que se disfrutaba era la mutilación de todo tipo de alas que permitieran volar más allá de las fronteras previamente marcadas.  Los satisfactores necesarios a cambio de la libertad eran el pacto inquebrantable. 
            La diferencia entre persona y persona se volvió casi nula.  El pelo corto, uniforme oscuro, estatura promedio y no más de cincuenta años de vida.  Todos eran tan iguales.  Como una especie de androides, hombres y mujeres habían perdido su individualidad y hasta la calidad de ser humano.
            Desde su nacimiento, todo miembro de la clase trabajadora contaba con una clave de identificación.  En principio el nombre fue opcional, luego se convirtió en algo inusual.  De acuerdo a las cualidades de cada individuo, en su niñez, un inapelable deber le era impuesto por un órgano especializado del Gobierno.  La tarea otorgada, sin opción al cambio, sería realizada hasta el fin de la vida productiva de un esclavo sin capacidad de pensar o cuestionar.  El uso de las facultades mentales era un privilegio de la élite al mando. 
            La rutina para el resto de la población transcurría en forma tediosa e inalterable.  Cada día era una pesada eternidad.
            Cualquier sacrificio de los miembros de las categorías inferiores, incluso la aniquilación de sus emociones, era justificado para mantener en buena marcha la civilización soñada.

            Por ser la perfección un objetivo imposible de alcanzar, en ésta, como en todas las creaciones, las fallas no atendidas ponían en riesgo el buen funcionamiento de las nuevas sociedades.
            El mayor problema para el Sistema seguía siendo esa chispa indestructible que le da fuerza a la vida de todo ser humano.  Pese al duro adoctrinamiento y las efectivas técnicas de persuasión iniciadas desde la concepción y continuadas sin interrupción todos los días, aún quedaban individuos, llamados rebeldes, en los que no se lograba el control total de su cerebro; un cáncer que se tenía que eliminar antes que pudiera infectar a otros miembros idóneos.

            Luego de una larga cifra que designaba su fecha y distrito de nacimiento, así como su sexo y condición, MR17 era la clave que identificaba a un joven que sobresalía de los demás, cualidad que ni la más avanzada sociedad puede perdonar.  Vigilancia ya tenía registrado, que con una frecuencia inusual, el sujeto en la mira cuestionaba su rol y las estrictas reglas impuestas.  Su comportamiento era considerado peligroso para un régimen tan estricto.  Parecía que MR17 estaba más vivo que los demás.
            El mayor acto de rebeldía del espécimen marcado era el de intentar salirse de sus esquemas, con el deseo de sentir un concepto que no existía en el vocabulario, pero que por ser inherente al ser humano, lo ansiaba con fuerza desde el interior: la libertad.
            Al elevar la vista más arriba de los noventa grados que le estaban permitidos descubría un cielo claro e infinito, en el que anhelaba extender unas alas imaginarias y volar más allá de las altísimas murallas, que al proteger la urbe, lo aprisionaban.  ¡Qué bella sensación!
            Para su desgracia, en un mundo que prohibía volar, soñar era un acto peligroso.

Un día nublado, que impedía cualquier travesía por el firmamento, MR17 fue sustraído de una inmensa fila de individuos grises, que con un paso monótono se perdía entre un laberinto geométrico de cemento, hierro y cristal.  Antes de alcanzar el punto de siempre, donde, como siempre, sin ninguna expresión llevaría a cabo su tedioso deber, el miembro indómito fue tomado a la fuerza por un comando encargado del orden.
Sin ninguna explicación de por medio, y ante la nula reacción del resto de la población, fue llevado ante un jurado, que sin otorgar derecho a la defensa analizó al elemento que causaba tanta incomodidad.  Científicos, políticos y militares revisaron todos los esquemas en busca de la falla que influyó en el despertar de MR17.  Para evitar otra sublevación se revisarían y reforzarían los métodos de inducción, incluso la lista de alimentos permitidos, esos que, invadidos de sustancias químicas, mantenían en perfecto estado el cuerpo y destruían la razón.
Para alguien tan diferente como el individuo en cuestión sólo había dos opciones: la aniquilación inmediata o ser objeto de estudio.  Luego de largas horas de interrogatorios, exámenes y debates, la sentencia inapelable fue dictada. 

Desde entonces, aislado en una fría celda de laboratorio, el cuerpo de un hombre permanentemente vigilado fue sobajado a un bulto que recibía todo tipo de experimentos que lo dejaban débil y cansado.  El objetivo, casi logrado, era la destrucción de las innatas aspiraciones de independencia, derechos y justicia.  Sin embargo, la fuerza interna del ser humano es tan grande, que sólo la vence la muerte.  Mientras ésta no llegara, MR17 tenía esperanza.
Atado de pies y manos levantaba su mirada.  Pese al cansancio llenaba de aire sus pulmones.  Entonces nada borraba la sonrisa en su mirada, y con el infinito poder de la imaginación, en un mundo que prohibía volar extendía sus inmensas alas para surcar el firmamento en plena libertad.                                 
    


AGUA PARA LOS PERRITOS
-Siempre he creído que son ángeles con cuatro patitas-
Javier Mendoza.

El milagro inició hace varias semanas, cuando un perrito comenzó a deambular por la calle donde vivo.  El animal, de mediana estatura, pelo corto y castaño, recorría la acera en busca de comida.  Estaba tan débil y flaco que sus huesos se podían contar, pero eso no era lo peor.  La tristeza se notaba en su mirada.  Caminaba lento y encorvado, con la cola entre las patas y las orejas para atrás.  Era fácil adivinar que no sabía lo que era una caricia.
            Sin otorgarle ninguna oportunidad, las opiniones en su contra no se hicieron esperar.  Con cierto enfado se escuchó entre los vecinos: “¡Va a morder a alguien!”, “¡deberían llamar a la perrera!”, “¡seguro está enfermo!”  Acostumbrado al odio, el pobrecito únicamente buscaba un lugar donde refugiarse del sol, la lluvia y el viento; de un mundo que lo rechazaba o lo ignoraba, tan sólo por no contar con un hogar.  Él no comprendía que los crueles humanos que lo condenaban, fueron los mismos que lo colocaron en tan desfavorable situación.  
Cansado de recorrer la ciudad sin un bocado ni un cariño, el vagabundo dormía a la orilla de la banqueta, o si tenía suerte, bajo alguna camioneta que le diera un poco de cobijo, aunque su pelo terminara manchado de aceite.

            La triste escena, que a diario se repite infinidad de veces en cada uno de esos inocentes arrojados a la intemperie logró tocar el corazón de una mujer.  Una vecina sin grandes recursos, pero de buenos sentimientos, colocó un recipiente con agua junto a la puerta de su casa.  El perrito tenía mucha sed, tanta, como su necesidad de ser querido.  Pese al miedo a recibir una patada más o a ser corrido del lugar con aspavientos y hasta pedradas, se acercó para beber en el traste.
            Contagiada por el buen ejemplo de aquella vecina, otra señora colocó un poco de alimento junto al cubo.  Una vez más surgieron los rumores: “¡Si le siguen dando de comer no se irá!”, “¡luego van a llegar otros!”, “¡nos vamos a llenar de perros corrientes!”

            A los pocos días el invierno adelantó algo de su crudeza con una noche fría.  Influenciados por las buenas acciones, una persona puso un trozo de cartón en el suelo, y otra más, una pequeña cobija, para que se acurrucara la mascota del barrio.  Lo mejor fue cuando un joven matrimonio abrió la puerta de su casa y dejó entrar al desprotegido amigo que tan nobles sentimientos logró despertar.
           
Sin mucho ingenio, el animalito recibió el nombre de Boby.  Sin importar como se referían a él, recuperó peso y el brillo en su mirada.  Luciendo una nueva apariencia, ahora lo veo pasear al lado de su nueva familia.  Su colita no deja de moverse, creo, que agradeciendo con tan bello gesto, lo que era su derecho y necesidad.
            La presencia de Boby en la colonia no trajo ni mordidas ni enfermedades, en cambio sí, un poco de humanidad.  Los vecinos involucrados en su salvación se saludan y se dan una sonrisa, todo debido al ángel que vagaba por las calles en busca de buenos corazones.
           

            Es lamentable ver cuántos perros sobreviven en completa desprotección, pero con lo ocurrido a Boby aún queda la esperanza de que los seres humanos les den ayuda.  ¿Y por qué no?  Si hoy iniciamos con agua para los perritos, tal vez mañana podría ser la mano para un hermano en desgracia.



*Textos publicados en El Sol del Bajío, Celaya, Gto.

domingo, 11 de junio de 2017

FLORECIÓ EL VERGEL


FLORECIÓ EL VERGEL
-Biografía de Sarita Montoya-
15 de marzo de 1926 - 5 de Junio del 2017

Herminio Martínez (+)

El Diezmo de Palabras honra la memoria de la poeta Sarita Montoya con esta breve biografía escrita por nuestro maestro hace algunos años. Fue un homenaje en vida a quien fuera “luchadora incansable, guerrera de los que menos pueden, defensora por igual de humanos y animales, clara, directa y con una serenidad, que le arranca preguntas a cualquiera”.
El maestro Herminio escribió el cuento La Jaula del Tordo inspirado en el
“genio y figura, coraje y entrega diaria,  solidaridad y sencillez, además del candoroso talento para hacer versos” de la inmortal Sarita Montoya. Descanse en paz.
JEM



“Cuando llegue al final de mi existencia
deseo llegar a verte Jesús mío,
que me envuelva el amor de tu clemencia…
que perdones mi deuda… y mi desvío.
Yo que voy caminando por la vida
sin dolerme tus llagas… ni tu cruz,
sin sentir del dolor de tu honda herida
ni de ver de tus ojos… esa luz.”
FINAL, Sarita Montoya (+)

Guadalupe Montoya tenía 24 años de edad cuando comenzó el nuevo siglo. Había nacido en 1876, en Cerano, municipio de Yuriria, y se casó, ya grande, con Cesarita Patiño, sencilla mujer del pueblo de Huapango, a la que le llevaba con 21 y con quien sólo alcanzó a procrear dos hijas: María Guadalupe y Sara Montoya Patiño... Sarita dice que vino al mundo un 15 de  marzo de 19..., en la hacienda de San Antonio (Rincón de Tamayo), cuya historia se hunde hasta los inicios del siglo XVII cuando el pueblo se llamaba San Bartolomé y era gobernado por un señor de horca y cuchillo de nombre Antonio Tamayo, con cuyo apellido se le denominó posteriormente a todo este pueblo donde la agricultora y poetisa también conoció el aire fresco del Peñón o el Peñero, el rumor del arroyo del Varal, la trágica sonrisa del mezquite y aspiró por vez primera la fragancia de las “huellitas de San Juan” y los “mayitos”· al escuchar, tal vez llorando, el dulce canto del titibirrí, el gorrión, el llamahielo, el huitlacoche, el tarengo y las demás aves habitantes de las barrancas y los llanos.
            Don Guadalupe Montoya García murió a los 88 años de edad, en 1960, legando a sus hijas el infinito amor a la tierra que, desde pobre, él siempre cultivó y amó como a la propia vida, la cual le había concedido el privilegio de existir en medio de algunos de los acontecimientos más destacados de nuestra historia, a saber: el Porfiriato, la Revolución, los Combates de Celaya, la Guerra Cristera, el Agrarismo, las dos guerras mundiales.
La niña hablaba demasiado, ¡uf! Por eso doña Cesarita decidió enviarla a Celaya a los 7 años. Corría sonriente y bello el año de 1944 y Sarita fue recibida en el colegio de las madres Guadalupanas, que entonces se hallaba en una casa de la calle Juárez (hoy sucursal Banorte), casi esquina con Colón,  y no se llamaba “Margarita”, como hoy se nombra allí en su domicilio de la colonia Alameda. La suya fue una infancia de sueños felices y trajecitos color de rosa, azules y amarillos, según las circunstancias, verdes y combinados con tafetanes lilas al estilo muy peculiar de nuestra gente. Agricultora como nadie, pero también creadora de sentidos poemas dedicados ya a la madre naturaleza, ya a la Virgen Santísima, a Cristo, al Papa, a la amistad o a la celebración de algún jerarca, eclesiástico o político. Mujer que, desde aquella luminosa infancia, nunca se calló. Ha hablado de todo y con todos, siempre en defensa de algún prójimo, sea perro, gato, ave o ser humano. Con decir que hasta a un juez lo zarandeó de las solapas en defensa de unos campesinos pobres de Canoas, a quienes habían echado presos acusados de un asesinato:
            “Fue cosa de un difunto, se llamaba Abraham Mandujano Vázquez… Trinidad Patiño, que trabajaba con nosotros, lo encontró tirado entre los surcos. El tonto fue a dar parte  y no digo, que lo agarran, acusándolo de haber sido el autor del homicidio. Y no sólo cargaron con él, se llevaron también a Donaciano Lara Escamilla y los hermanos José y Guadalupe Paredes Mandujano, a los que torturaron para que aceptaran el delito. Pero, gracias a la defensa que de ellos hizo el licenciado Arturo Nieto Lámbarri, quien años más tarde fuera alcalde de Celaya (1974-1976), se descubrió que al difunto lo había ejecutado el amante de su mujer, en el mismo instante en que aquél lo encontró, a ella y a  él, haciendo de las suyas... Yo sabía que eran inocentes, por eso metí abogado y alegué donde tenía que alegar. Cuando nos enteramos de que el juez Antonio Pérez Méndez los sentenció a 23 años de prisión, mi mamá y yo nos le fuimos a parar allí en la cárcel de Celaya,  y no digo, nos escuchó porque nos escuchó, más a mí, que le dije hasta lo que ya no por haberlos sentenciado injustamente gracias a la golpiza de los malditos judiciales. Me acuerdo que me le eché encima como una fiera, gritando -para que todos me oyeran- que me quería violar. Fue una manera de llamar la atención, para que aquel hombre injusto entendiera que se había equivocado. El martes 11 de junio de 1963, finalmente se conoció la noticia de que aquellos campesinos no habían cometido ningún crimen y hasta yo salí en la foto, al lado de ellos y el licenciado Nieto Lámbarri, dejando atrás las bartolinas de la cárcel de San Agustín. Mi mamá, ¡la pobre!, fallecida en 1964, a los 68 años de edad -en esta misma casa de la calle Emeteria Valencia donde vivo desde los cuarenta- se asustó mucho, porque creyó que lo de la violación había sido cierto”.
            Genio y figura, coraje y entrega diaria,  solidaridad y sencillez, además del candoroso talento para hacer versos, como estos, cuando en la época del alcalde Jesús Ortiz (1942-1943) fue inaugurado el puente de la Victoria, sobre el río Laja:

El señor Jesús Ortiz,
nuestro señor presidente,
hizo a Celaya feliz,
construyéndole este puente
para que pase la gente
a comprarse su maíz.

            Todos la conocen por su bondad y por las flores de varia poesía con que a diario borda los secretos jardines de su inspiración y de su magia. Nadie como ella para componer estrofas en honor de Cristo Rey, el Papa, María, una flor, un tordo o alguna paloma mensajera. Luchadora incansable, guerrera de los que menos pueden, defensora por igual de humanos y animales, clara, directa y con una serenidad, que le arranca preguntas a cualquiera. Cuando joven, manejó su primera trilladora marca John Deere. Brillaban sobre las llanuras de Celaya los años cincuenta, soleados,  floridos, con sus cajas de agua y aquéllos alfalfares en los que se sentaba el día como un príncipe investido con sus atuendos de oro. La vida era respeto y respiración de apoyo mutuo. En la ciudad se percibían aromas de dalia y patios de ladrillo rojo, había unas fuentes con alegorías originales en el jardín de la alameda: estatuas de bronce que alguien “se llevó” y en su lugar colocó otras, es lo que afirma el viento. La muchacha tenía que atravesar toda la mancha urbana, de Norte a Sur, procedente de San Cayetano, allá por la salida a San Miguel, montada como un hombre en aquella bestia de fierro, aspas, ruedas y un motor del tamaño de un buey grande. A veces, en domingo; a veces a principio de semana. Pero los domingos era cuando casi todos se fijaban en aquella rancherita blanca, con su sombrero y sus botas de labriego, porque los domingos era cuando la sociedad celayense, dividida en “los de arriba y los de abajo”, paseaba en el jardín, después de que en los templos se había dicho ya la última misa. Los de arriba eran los ricos, con derecho a caminar alrededor del jardín bajo la lluvia blanquecina con que las urracas protestaban por las discriminaciones de este mundo; los de abajo, los pobres, que sólo podían estar allí a los lados, pero abajo de las baquetas de mosaicos grises sobre los que resonaban los finos zapatos de la gente bien, casi todos jóvenes novieros, amén de presumidos.


“Y mientras la muerte llega, ¿qué hago aquí, de floja? ¿Qué voy a hacer o qué va a ser de mí? -ha comentado por ahí, en la crónica de todos sus prodigios, en la realización de todas sus mañanas, en la ruta continua hacia el Infinito Bien, del cual ella es sacerdotisa y celadora, jardinera y luz de la voluntad de Dios-. ¿Qué diablos voy a hacer? Pues trabajar y tejer esta camisa de amor con que me han de vestir los años cuando me bajen a la tumba. De sol a sol y de luna a luna. De claridad a claridad, como esas estrellitas que viven en el cielo. Desde el rosario hasta la misa de las siete, en la Merced, a cuya orden han pertenecido ya diez frailes hijos de la familia, muchachos de Canoas o de por allí, de donde por parte de mi mamá nosotros procedemos. A lo mejor en algún pedacito de esas criptas algún día van a meter lo que ha de quedar de este cuerpo mío, madrugador y alebrestado, cuando lo reduzcan a cenizas. Así me lo propuse y así lo estoy cumpliendo: trabajar y ver por los demás como una gallina ve por sus pollitos, como una nube de agua anda por las veredas de la tierra. Así yo, todos los días reparto pan entre los pobres: pan de dulce y pan de sal, a imitación del Maestro que en la montaña alimentó a más de cinco mil. Atiendo ancianos y niños huérfanos, mientras me muero, digo, para no aburrirme ni cansarme de darle gracias a Dios por haber nacido y ser como él quiso que fuera: piscis, es decir alegre, sincera, cantadora, franca, parrandera, inquieta, incansable y siempre fiel a la verdad del Evangelio”.
            Recuerda, con vehemencia, el tiempo de aguas, cuando llovía en abril y en mayo los aguaceros retumbaban como cazuelas rotas, como comales al quebrarse pisados por un burro. Parecían trenes descarrilándose en el cielo, ante los ataques de un poderoso ejército de nubes. Recuerda y casi llora al volver a ver aquéllos surcos donde crecían las rosas, junto a las más de cien hectáreas de maíz sorgo, trigo, cebada o maíz blanco, del que en la literatura maya fue hecho el hombre, y las otras de pastizales, monte, colinas y laderas a las que por las noches la luna descendía con su jardín de nardos para que no estuvieran tristes los fantasmas. Recuerda a su mamá, advirtiéndole que ya no platicara con las flores, ni se perdiera por los arroyos hablando con el agua. Y es que, de verdad, la niña Sara sentía en su ser el campo. Imitaba el chasquido de las rocas golpeadas por el vendaval y la llovizna, el arrullo de las torcazas y hasta el oscuro aleteo de las lechuzas que regresaban a la hacienda entre cinco y seis de la mañana. Sus ojos eran grises o acaso como esas olas a la hora en que el mar sueña con una tarde verde.
            “Mientras viva hay mucho qué hacer por los demás: sea perro fiel o niño pobre; anciano desvalido o ser enfermo. Mi obligación es tenderle la mano a quien el Señor me ponga enfrente. Por eso, allí voy con mis canastos de bolillos, lo mismo hacia las colonias populares que a las comunidades de Celaya: sea San Juan de la Vega o La Moncada, Canoas o San Miguel Octopan, Rincón de Tamayo o Roque. Se siente un cosquilleo en el alma, el bien es como una mariposa de colores que revolotea cuando alguien lo lleva muy adentro. Somos la jaula de los ángeles, el terreno donde el Señor cosecha lo que sembraron nuestras obras. Somos canción y abrazo de la aurora, fuerza del tiempo y espíritu que se levanta a la hora en que se prenden las lamparitas del rocío. ¡Sea declarado el día del sembrador! ¡El día de los que se levantan a la aurora!... Alguien escribió… Ya no recuerdo si fue el padre Alberto Suárez Inda, hoy señor arzobispo de Morelia, quien me dio unas hojitas donde leí estas frases”.

La nostalgia por los otros tiempos, menos contaminados, sin botellas de plástico, sin la presa Ignacio Allende que mató al río y hundió a todo Celaya en espantosas grietas, le llegan a los ojos en indescriptibles imágenes de paz y de armonía, que ni siquiera le hacen correr el maquillaje. Abre el estilo y brota algún poema, como el que le hizo al 15 de agosto, día en el que los celayenses acudían al puente del Río Laja, el antiguo Izquinapan,  Río de San Miguel, a ver pasar el agua, y comer, y reír, y divertirse hasta caer la tarde.




Texto publicado en El Sol del Bajío, Celaya, Gto.

domingo, 4 de junio de 2017

SIZIGIAS Y CUADRATURAS LUNARES...


SIZIGIAS Y CUADRATURAS LUNARES...
-Segunda Parte-
Manuel Antonio de Rivas

El título original de este maravilloso relato es, “Sizigias y cuadraturas lunares ajustadas al meridiano de Mérida de Yucatán por un anctítona o habitador de la Luna y dirigidas al Bachiller Don Ambrosio de Echeverría, entonador que ha sido de kyries funerales en la parroquia del Jesús de dicha ciudad y al presente profesor de logarítmica en el pueblo de Mama de la península de Yucatán; para el año del Señor 1775”. Esta es la segunda parte, la primera parte fue publicada el domingo 16 de abril de 2017

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Ido el destacamento infernal, monsieur Dutalón pidió, con un modo muy obligante, se le diera una instrucción para correr todo este hemisferio y su opuesto, y notar lo más excelente que encontrare en el orbe lunar. El Presidente del Ateneo compendió el itinerario en pocas palabras, diciéndole: monsieur, nosotros sabemos, por repetidas observaciones, que el diámetro verdadero de la Luna con el de la Tierra guarda la proporción de 33 con 121, con la diferencia de una fracción minutísima, y a este respecto es importante dividir el viaje que vais a hacer en 3 distancias, siguiendo el vertical, que pasa por el sudoeste. La primera distancia es de 132 leguas y termina en un monte de plata, que puede observarse muy bien desde la Tierra con el subsidio de la dióptrica, y aún medirse geométricamente, pues se levanta sobre el plano horizontal 296 exápedas, que hacen 2066 pies de Castilla con corta diferencia. La segunda distancia en el País de los Sordos y termina en un puente magnífico, de una estructura acabada, llamado el Puente de los Asnos, cuyo número de arcos es tal que, restado de 188 y del mismo número de arcos restando 48, los residuos o restas son como 12 con 8= 2,256 12 V 8 V 386.

Hecha la análisis conveniente, habréis pasado el puente con el gusto de saber cuántos arcos tiene el Puente de los Asnos. En la tercera distancia, cuya mayor parte ocupan los Campos Elíseos, tan famosos en la teología gentílica, se descubre una ciudad donde reside el Cherif, con todas sus casas, calles, plazas, etcétera, de plata; ni más ni menos que la ciudad que os descrive Mayoli (Sobre la fee de otro) en el coloquio 23 del libro 1; situada cerca de Bazzaín, navegando de Ormuz a Goa, en la India Oriental; toda la ciudad, de una peña cortada y excavada; con esto, monsieur, dijo el Presidente, pienso haber satisfecho a vuestro deseo. De modo que el cuadrado de la primera distancia, 132 leguas, juntamente con los dos cuadrados de la segunda y tercera distancia expresadas, suman 1,585,584. Bien sabéis, monsieur, que el cuadrado de un número es el producto del número multiplicado por sí mismo.

1a. .... ...............132 V + 2.

2a. .... ..17424.12 _ V2 + 1,585,584.

Conque, descifrada esta algarabía algebraica que os presento, vendréis a saber cuántas leguas tiene la segunda distancia, cuántas la tercera. Monsieur Dutalón se entró en su carro volante, tomando el rumbo del sudoeste y, dado el buen viaje, nos mantuvimos en el Ateneo hasta su vuelta.

Entre tanto, nosotros tomamos la gustosa diversión de colocar la ciudad de Mérida de Yucatán debajo del meridiano inmóvil de un globo geográfico, que aquí dejó monsieur Dutalón, y hallamos que su latitud septentrional es 20 grados 20 minutos, lo mismo que teníamos observado, como también su situación a la mitad del tercer clima, cuyo día máximo del año debe ser de 13 horas, 15 minutos. Y como desde aquí vemos que gira la Tierra de Poniente a Levante sobre su propio eje, a proporción del movimiento de la equinoccial terrestre le corresponde a esta península, según su paralelo, cuatro leguas españolas en un minuto de tiempo. Verdaderamente es un milagro continuado de la Omnipotencia que todos sus habitadores no sean lanzados por esos aires con un movimiento muchísimo más impetuoso que el que a la piedra da la honda pastoril por la tangente de su círculo.En esta consideración debéis padecer vértigo o desvanecimiento de cabeza permanente, que impida las funciones y reflexiones de una alma racional, dándoos, como gente sin un adarme de seso, a todo género de profanidades, al lujo, a la farándula, al dolo, a la perfidia, a la alevosía, a la simulación profunda, a la codicia sórdida, a la ambición violenta, hasta pisar descaradamente lo sagrado; una adulación fastidiosa, hasta el abatimiento; una calumnia detestable, hasta el más alto grado de malicia; una discordia perpetua entre la lengua y el corazón; una sensualidad más que brutal, que sólo con la muerte acaba; una mendacidad por herencia, una volubilidad o inconstancia por temperamento, y otras torpezas indignas de la naturaleza racional, que pueden llenar de borrones más papel que conduce una flota al Puerto de la Vera Cruz.

De intento hemos formado este panegírico, o llámese invectiva, si así lo queréis, en despique de los chistes que nos comunica el Atisbador en su carta del 5 del mes epiphi, en que dice que los pocos terrícolas que allá están por nuestra existencia dicen que sí, que somos gente, pero, ¿qué gente? Una gente sin palabra, sin vergüenza, sin seso, unos tramposos, inconstantes, lunáticos. ¡¡Miren quienes hablan!!

Vuelto monsieur Dutalón de su viaje, en que gastó cerca de cuatro meses celestes, nos manifestó el placer de que estaba penetrado de haber corrido todo nuestro orbe lunar. Monsieures, dijo, en todo el Universo no puede darse lugar más cómodo, más ameno, ni más delicioso para habitación de vivientes que adoren y alaben al Criador. Yo apuesto que si hubiera discurrido por todas estas regiones cualquiera de los que condenan como absurda la opinión de colocar en la Luna el Paraíso, de donde fue empujado el buen Padre Adán por dar gusto a una mujer (¡ojalá no se hubiera derribado a su posteridad esta fácil condescendencia!) acaso moderara su sentir. ¡Qué maravillas y bellezas de naturaleza, que aquí pasan por ordinarias y no pueden contemplarse sin estupor y asombro! ¡Qué gobierno tan dulce y acomodado a la temperie de los anctítonas! Ciertamente, allá nuestro globo terráqueo, por su constitución ha menester distinción de clases, en donde la suerte de los que gobiernan es la más infeliz; porque si el superior gobierna mal, a todos desagrada; si gobierna bien, a pocos podrá agradar, siendo muy pocos los amantes de la justicia y equidad. En fin, monsieures, ya se acerca el tiempo de subir al globo de donde vine y retirarme a mi amada isla flotante, a trazar la obra que os dije, de que a otro viaje prometo daros un ejemplar que podréis añadir a vuestros registros, o memorias.

El Presidente del Ateneo suplicó a monsieur Dutalón se sirviera pasar por la Península de Yucatán, y poner en mano propia del Bachiller Don Ambrosio de Echeverría, residente en el pueblo de Mama, este escrito, que será bien recibido por estar grabado en láminas de plata. Y monsieur Dutalón respondió que todo ejecutaría con buena voluntad; y añadió que, a otro viaje, se vería con el Bachiller Echeverría, de quien recibirá órdenes para el globo de la Luna; porque quedamos muy obligados.

Y a mí, el presente Secretario, mandó el Presidente del Ateneo Lunar, diera fe de todo lo dicho y obrado y lo firmara de mi nombre, lo que hago hoy 7 del mes Dydimón, de nuestro año del incendio lunar, 7,914,522.

Señor Bachiller
Por mandado del Presidente del Ateneo Lunar.
Remeltoín Secretario




Viaje fantástico y escolástica inquisitorial:
el derrotero lunar del fraile Manuel Antonio de Rivas
(Fragmento de ensayo)*
Carolina Depetris

En Yucatán, hacia el año 1773, miembros de la orden franciscana denuncian al fiscal del Santo Oficio una serie de irregularidades cometidas por un miembro de su comunidad, el fraile Manuel Antonio de Rivas. El proceso se conserva en el Archivo General de la Nación de México, bajo el rubro “Inquisición”. Durante años, los religiosos compañeros de Rivas, probablemente ante la posibilidad de ser éste nombrado Provisor, insisten en una serie de acusaciones que el Santo Oficio revisa a través de sus comisionados en Mérida para castigar al denunciado si resulta culpable, o eventualmente a los denunciantes por delaciones falsas. Las acusaciones son variadas: dicen, por ejemplo, que negaba la existencia del Purgatorio, que profanaba las imágenes, que injuriaba a sus compañeros de orden, que no se confesaba ni asistía al coro ni a misa. Rivas, educado en el Colegio de Alba de Tormes, estudioso de las matemáticas, tenía “mordaz ingenio”, generalmente dividía “a todos con su lengua infernal” y utilizaba expresiones tan “opuestas a la fe y buenas costumbres” que obligaba con frecuencia a su interlocutor a “huir por el horror”. Priman, en medio de estas imputaciones, dos mayores que tienen que ver, curiosamente, con el ejercicio de escritura: primero, es acusado de escribir unos pasquines en lenguaje soez y en lengua maya que aparecieron pegados en lugares públicos de Tekax, donde denunciaba la mancebía de algunos compañeros de orden con mujeres de la región. Segundo, le atribuyen haber escrito un almanaque precedido de un apólogo donde toca algunos temas urticantes para la Iglesia, como la modificación de la geografía teológica, la posibilidad de existencia de otros mundos habitados fuera de la Tierra, la potencia cognitiva de la física experimental y la realización de viajes celestes. Este breve cuento lleva por título “Sizigias y cuadraturas lunares ajustadas al meridiano de Mérida de Yucatán por un anctítona o habitador de la Luna y dirigidas al Bachiller Don Ambrosio de Echeverría, entonador que ha sido de kyries funerales en la parroquia del Jesús de dicha ciudad y al presente profesor de logarítmica en el pueblo de Mama de la península de Yucatán; para el año del Señor 1775”. El relato tiene la forma de una epístola dirigida por un habitante de la Luna al Don Ambrosio de Echeverría, quien está en Yucatán. El “anctítona” informa que recibieron una carta en la Luna escrita por un terráqueo, un observador de la dinámica lunar, con fecha “5 del mes epifi del año de Nabonasar 2510”. Se desconoce cómo llegó esta carta desde la Tierra a la Luna, pero en ella el atisbador revela enorme erudición en la observación selenográfica, algo que despierta en los habitantes lunares la necesidad de compensar esta gentileza reuniendo a sus mejores conocedores de la historia del globo terráqueo en un congreso. Estos científicos revisan los cómputos del atisbador y los encuentran exactos, pero algunos advierten que los cálculos arábigos o mahometanos de las neomenías pueden recordar “a los cristianos la religión de una canalla brutal, que profesa una secta del todo opuesta a las reglas suaves del Evangelio”. Sin embargo, el narrador epistolar agrega que otros científicos lunares no estuvieron de acuerdo con esta apreciación y no dudaron mantener que estos cálculos no debían desagradar a los amantes del saber. Lo mismo ocurre con las neomenías del año judaico, criticando la espera judía del Mesías pero aceptando que los cálculos realizados por el atisbador al respecto resultan correctos y deben apuntarse, se desvinculan de la controversia dejando que los judíos modernos se entiendan con otros terráqueos en sus disputas religiosas...

... Los inquisidores, apelando a la autoridad de la Biblia y de los padres de la Iglesia declaran falsas y erradas las declaraciones de Rivas en su cuento: Sizigias y cuadraturas es un escrito repleto de supuestos heréticos. Por ello, concluyen, su autor merece ser juzgado. La acusación formal se hace el 20 de febrero de 1776. Un año más tarde, el 9 de julio de 1777, el calificado Diego Marín de Moya formaliza la defensa del cura. Esta defensa es interesante porque se sustenta en el carácter imaginario del cuento y en las características del género apologético. Con la misma retórica escolástica que los acusadores y obliterando como ellos la filosofía moderna que se esconde en el cuento de Rivas, Marín de Moya se concentra en hacer valer el uso didáctico de la fantasía en los apólogos, tal como aparece en la Biblia y en una prolongada lista de autoridades, tanto gentiles como cristianas. Comienza su alegato con un argumento aplastante: el primer apólogo fue dictado, dice, por Dios y aparece en el Libro de los Jueces. Los apólogos, continua, han desde siempre significado con cosas fingidas las verdaderas para así “corregir vicios y costumbres [...] de los hombres”, por lo que no es dable sostener que sus afirmaciones son falsas porque sencillamente responden a la fantasía. Pasa luego al controvertido tema de la geografía del infierno: la existencia del infierno es cosa cierta y decidida por las Sagradas Escrituras, pero ni la Iglesia ni los autores sagrados se pronuncian sobre su ubicación. Así y todo, arriesga el calificador que, en el sistema copernicano, “el sol estaría en el punto más bajo de todo el universo” por lo que, quien desde la Tierra va al empíreo, sube, y quien va al sol, desciende...





Texto publicado en El Sol del Bajío, Celaya, Gto. 

A la memoria de Herminio Martínez

      Herminio Martínez, maestro, guía, luz, manantial, amigo entrañable y forjador de lectores y aspirantes a escritores. Bajo sus enseñanz...