domingo, 12 de febrero de 2017

EN ESTA CARTA QUE VOY A ESCRIBIR


EN ESTA CARTA QUE VOY A ESCRIBIR
-Correspondencia desde lo profundo del alma-

“No escribo esta carta para poner amargura en tu corazón, sino para sacarla del mío. Por mi propio bien debo perdonarte.”
― Oscar Wilde, De Profundis


A MI AMADA:
Te escribo nuevamente, desde aquella última noche de luna llena. Hoy se vuelve a posar sobre mí la luz de la luna y mis deseos por reunirme a tu lado van en aumento.  En ocasiones logro cubrir tu ausencia inhalando tu aroma, impregnado en el paliacate, en tu cajón días antes de mi partida. Otras veces los recuerdos se me arremolinan y así, sin más, mis ojos se vuelven un río. Y mi desesperanza me consume. Aún recuerdo la última ocasión en que te vi.  Tus cabellos caían sobre tus hombros mientras dormías tranquilamente. Yo te observaba desde la puerta de la recámara y en silencio veía el hoyuelo de tus mejillas. Notorio cada instante en que sonreías. Aquí, cada noche, cuando todos duermen, me imagino tu sonrisa mientras observo las constelaciones que iluminan el cielo. La distancia no ha sido impedimento para dejar de pensarte. Cada día que transcurre aquí es un día menos en el calendario de la distancia entre nosotros. Anhelo la hora de volvernos a ver. Quizá me encuentres con la barba crecida y con más años encima, pero con un alma y corazón renovado para seguirte amando como hasta ahora. Sé que muy pronto llegará ese día y para ello he reservado lo mejor de mí, para ti y nuestro idilio.
¿Sabes?, ya es tarde y la vela que me alumbra para escribir esta carta está pronta a extinguirse.  Me quedaré a obscuras y te pensaré a cada instante. Acariciaré tu cuerpo en el imaginario y te haré el amor a la distancia, dentro de mis sueños.
Ha llegado la hora de despedirme, no sin antes recordarte que te llevo en mis pensamientos y que pronto nos reencontraremos. Mientras tanto te seguiré pensando cada vez que el viento toque mi rostro como lo hacían tus manos, o cuando los girasoles florezcan sobre los campos. Créeme, siempre habrá algún pretexto para pensarte. Desde la distancia, tu eterno enamorado:
Maurick Ilich
México 2017
Postdata: No te pido nada, sólo que aguardes mi llegada.



SOPHI
Ahora que recibo esta carta tuya, tan desconcertante, me viene a la mente la vez que intercambiamos las primeras palabras. Fue en la tasca La Cova Fumada, en la Barceloneta. Cuando llegué el lugar estaba totalmente ocupado. Sólo quedaba una mesa individual en el  fondo. El camarero me condujo ahí y me dejó la carta del menú. Antes de elegir, paseé la vista alrededor. No lo podía creer, en la mesa vecina, a dos metros de distancia estabas tú. Me quedé extasiado. ¿Cómo sería mi mirada que tú la sentiste y levantaste la vista? Me sorprendiste admirándote. Intrigada, me preguntaste: ¿Me conoces? ¿Nos hemos visto antes?
Hice un esfuerzo para vencer mi timidez -o sería el calor del verano, o las dos copitas de aperitivo que tomé previamente en el chiringuito de enfrente- y te contesté: ningún hombre cabal puede olvidar nunca ver a Venus emergiendo del mar. Tu respuesta fue una mirada indescifrable. Enseguida, una sonrisa iluminó tu cara. Luego preguntaste: ¿Quieres compartir conmigo este vino francés?
Fue allí y en ese momento, que supe que la palabra es un poder que puede dar felicidad y abrir puertas y voluntades. Me senté en tu mesa. Como para  romper el hielo, sin perder la sonrisa insististe: Dime ¿dónde nos conocimos? Te respondí: tú no me conoces, yo conozco tus senos turgentes y bronceados, tus nalgas respingonas doradas por el sol,  la sal y el yodo del Mediterráneo y el rubio triángulo de tu vello púbico.
Quedaste callada. El color miel de tus ojos destellaba luz de ira, duda y curiosidad. No te enojes ni te sorprendas –te dije, preocupado por tu reacción-. Ayer te vi en Arenys de Mar, en una playa nudista de la Costa Brava catalana. Ibas saliendo del mar, con las olas a tus pies.
Ya. Ahora me acuerdo de ti, -me contestaste en un tono más relajado- porque eras la única persona vestida con bañador entre toda la gente en la playa. Entonces tú eres el papanatas que ayer andaba bobeando a todo el personal. Te salvaste que te sacaran con una patada en el trasero, oí a varios nudistas decir con mucho enojo: ¿Quién es ese morboso gilipollas que nos está espiando? Está prohibido lo que hiciste.
Te juro –repliqué apenado- no sabía que esa playa es privada y nudista. Yo no soy de aquí. ¿De dónde eres?  Preguntaste curiosa.
Soy de México –te respondí con cierto orgullo- . ¡Oh, de México! Tengo muchas ganas de conocer tu País. He oído que tiene playas muy hermosas. Yo soy de Barcelona pero ahora radico en París. Trabajo en una empresa de cosméticos, en el departamento de publicidad. Paso mis vacaciones en La Costa Brava.
Y proseguiste contándome cosas de tu vida, que yo ya no escuchaba, fascinado por el embrujo de los reflejos áureos de tus ojos y el perfume francés de tu cuerpo. Terminamos la comida y el vino. Afuera  un chubasco veraniego salpicaba los cristales y dejaba a la calle Baluart con charcos que reflejaban las primeras estrellas de la noche.
¿Te acuerdas, Sophi? Me dijiste que te sentías un poco ebria, que no querías conducir sola hasta tu casa. Antes de que yo respondiera alguna palabra, me pusiste las llaves de tu coche en mi mano. Llegamos a tu apartamento. Me invitaste a subir a tomar un café. Ya en tu alcoba, iniciamos el ritual del amor, no como dos extraños que intentan conquistarse, sino como dos viejos compañeros que tras una larga ausencia vuelven a encontrarse. Sobre tu cama reinventamos la efímera eternidad y el diálogo de las pieles sedientas de caricias y amor. Todo resultó tan sencillo, que los dos estábamos un poco sorprendidos de lo bien que resultó la batalla del amor.
Disfrutamos el resto del verano como en una luna de miel. Acordamos en escribirnos para madurar un plan para encontrarnos en París o en la ciudad de México e iniciar un destino en común. Cuatro mensajes intercambiamos con sus respectivas respuestas  y ahora que leo la que supongo es tu última epístola, me escribes que te casarás dentro de quince días con el jefe del área de publicidad.
¿Sabes qué te diré, inolvidable Sophi, en lo que será mi postrer misiva?  Que está muy bien. Deseo  recibas mucha felicidad, porque tú sabes dar mucha felicidad. Lo nuestro fue un hermoso amor de verano y su término un hecho inevitable. Ambos lo columbrábamos desde hace cuatro cartas.
En este momento me vienen a la mente tus hermosos ojos color miel y una estrofa de una canción de Joan Manuel Serrat, (mi ídolo musical): “Con la resaca a cuestas / vuelve el pobre a sus pobrezas /   vuelve el rico a sus riquezas / y el señor cura a sus misas /  Se despertó el bien y el mal  / la zorra pobre al portal / la zorra rica al rosal / y el avaro a sus divisas.”
Con todo el amor que nos dimos y el eterno agradecimiento de tu amigo: Alberto.    
(Rafael Aguilera)



DESQUICIO
Mi amor…
En la mañana, como si estuvieras presente, puse otro cubierto y me senté contigo a la mesa. Vinieron a mi mente las cuantiosas veces que incansables hicimos el amor, en la cama, en el piso y en el espacio. Desnudos, vestidos, despiertos y adormilados. Pero, sabes, aquí ya ni el tiempo es como antes. Todo es oscuro. Me desconocen y los desconozco.  A veces me enfermo de extrañarte. Me aliviaría mucho saber de ti… pero cómo es posible que no reciba ni una línea tuya y este frío que no cesa.
¿Será que no existes, que todo fue un amor anónimo no consumado?
No lo creo. Aunque me griten loca a cada momento. Alguien leerá esta carta, puede ser que tú también.
Diana Alejandra Aboytes Martínez


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CARTA DE UN AMOR INCIERTO
 Encontré tu fotografía, y no pude evitar que me gotearan los recuerdos de las manos. Te plasmé en letras y desahogué momentos trastornados, donde la pasión envolvió nuestros cuerpos juveniles. Aunque hace mucho tiempo adormecí el ayer, se despertó también ese sabor agridulce en mis labios, el viento de tu adiós que desató el frio de muchas noches en tu ausencia. Juré no volver a verte.  Y hoy no puedo negar que tu presencia no le es indiferente a los sentidos.
 El ayer y el hoy son enemigos. ¿Por qué has llegado a mí con la esperanza de lo incierto? Sé que hay elogio en tu mirada y si en mis ojos no encuentras la respuesta, te confieso que la llaga está abierta. Y resucitar aquello no podrá ser. Quisiera decirte que te amo y para ello me remonto en el tiempo a tus caricias, a tu perfume varonil y a aquellos besos. Solo así puedo imaginarte, caballero de mis noches de insomnio. Yo vestida de amor y tú tocándome sin tiempo, sin reservas.
Tal vez no vuelva y aniquile lo poco que me queda para darte. ¿Para qué despertar de nuevo lo que prohibido está para mi alma? No debo, no puedo. Y es que a ese placer no estoy abierta, pero negar no puedo: te quiero.
Laura Margarita Medina




AMOR
Sé que dirán que no tengo edad para hablar de amor. Dirán que soy muy pequeña y sólo es algo pasajero. Pero ellos, ¿que saben?  Sin embargo, el amor puede llegar a cualquier edad. Lo sé porque esto que ahora siento no es como antes, cuando pensaba que lo material contaba como amor
El amor, se siente con tan solo un suspiro, una mirada, un abrazo, una sonrisa; todo esto puede cambiarlo todo y hacerme la más feliz, sin yo misma explicármelo.
No necesito de besarle todos los días, no necesito estar con él todo el tiempo; es más, no necesito de él y eso es lo bonito. No lo necesito, esto lo siento sin que esté conmigo. Sin hablar con él siento esa sensación tan hermosa como cuando me tomó de la mano por primera vez.  También cuando me dijo todo lo que sentía por mí y después me abrazó tan fuerte como nadie lo había hecho.
 No sé cómo pasó, es más, no me importa. Sólo sé que estamos aquí sonriéndonos mutuamente. Haciéndome sentirlo TODO sin decirnos NADA.
Por primera vez he cambiado mi perspectiva del amor. Ahora sé que sientes al  lado de esa persona. Cómo puedo ser  yo misma sin necesidad de sentirme juzgada y quizá para ti no lo sea, pero, ¿sabes?: cualquier persona tiene una visión del amor, no todo lo vemos igual; algunos ven perfecto lo que es imperfecto y otros ven lo imperfecto en lo perfecto. Y hoy lo entiendo: todo enamorado escribe o dice su sentir en el momento en que en su alma se enciende esa chispa llamada amor. Y ¿sabes?, hoy soy un alma más.
Deni Rodríguez
(14 años)



DESDE RUE VILIN:
Durante la noche soñé que llovía; las nubes flotaban pesadas y negras dejando caer las más gruesas gotas que vi jamás justo allí, adonde nos conocimos; al despertar, salí de la casa con el estómago vacío, me envolví con tu capa y tomé tu vieja sombrilla. El sol brillaba como nunca, y mientras caminaba por la calle adoquinada comencé a sentir calor; los vecinos me veían como si estuviese loca: no era por la lana ennegrecida de tu abrigo, por el paraguas roto o por mi caminar; lo que los desconcertaba era mi mirada, la forma en que tarareaba nuestra vieja canción y miraba al cielo buscando la tormenta de mis sueños. A nadie le gustan las certezas ajenas, Jerome… a nadie le gustan.
Canté para ti, para nosotros mientras descendía por la avenida; mientras el humo ligero de las chimeneas y los hornos se elevaba al cielo invocando su propia libertad. Fue entonces que se escuchó el primer trueno y los niños que jugaban sobre la alcantarilla se quedaron quietos y en silencio mirando hacia arriba como yo; lentamente, las gotas de lluvia comenzaron a caer. El cielo ya no estaba azul y el humo grisáceo se había perdido entre las nubes oscuras que acababan de nacer. La gente corría de aquí para allá tratando de cubrirse de la lluvia; los comerciantes colocaban pedazos de periódico y tela sobre sus mercancías maldiciendo una y otra vez su mala suerte. La lluvia Jerome, comenzó a bajar por las escaleras como si fuese una cascada y los adoquines se ahogaron entre los charcos de agua y aceite.
Mis pies estaban mojados y mi corazón feliz; las gotas se prendían de tu abrigo y mi cabello por igual. Abrí el paraguas y canté y canté más fuerte hacia el agujero en su interior; era yo invocándote y evocándote.
Miré a mi alrededor, todos habían desaparecido de la Rue Vilin; la calle me pertenecía por completo a mí y a tu recuerdo; tal y como aquella mañana en donde te vi por primera vez. ¿Dónde estás, Jerome?, ¿en qué gota de lluvia?, ¿en qué nube de tormenta?, ¿en qué estrella?
Los faroles comenzaron a prenderse, la luz cálida en su interior contrastaba con la oscuridad a mi alrededor; cerré el paraguas y caminé de nuevo calle arriba. Mientras lo hacía recordé tu muerte. ¿Por qué ningún sueño predijo este dolor? Al llegar a casa comencé a escribirte esta carta; irá con el resto de las otras a la caja de madera que me regalaste una vez. Sé que no la leerás nunca, que ya no existes, que ya no necesitas ojos, ni palabras, ni amor; sé que tu alma se evaporó como la lluvia lo hará una vez que pare. Eres libre como el humo, mi amor, pero yo sigo atrapada entre los sueños de lo que será y las eternas escalinatas de un destino incierto. Llueve feliz, Jerome, llueve libre, llueve, por favor sigue lloviendo.
Con amor, tu triste y solitaria, Laïla…
Paola Klug



*Textos publicados en El Sol del Bajío, Celaya, Gto.

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