domingo, 31 de enero de 2016

REVELACIÓN


REVELACIÓN
-La narrativa de Patricia Ruíz-

Nuestra compañera del taller Diezmo de Palabras, Patricia Ruíz Hernández,  es originaria de Celaya. Tiene estudios en Administración de Empresas y se desempeña en el sector educativo. De manera paralela gusta de la literatura y escribe principalmente cuentos. Ha sido seleccionada para la Antología de Letras con Arte con los microrrelatos: Predicción, Brevedad del ser y Fuera de este mundo. Así mismo, por la Editorial El Sótano con el cuento La Refranera y en la antologia Tótem: Minificciones Guanajuatenses con varios micro-relatos. En el Foro el Tintero fue finalista con el cuento Retorno al hogar. Sus historias siempre son una revelación de lo extraordinario dentro de la cotidianidad. Vale.

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EL MIRÓN
Patricia Ruiz Hernández

—¡Agárrenlo! ¡Policía! ¡Ahí va el asaltante! –grité a todo pulmón.
Alrededor del cadáver del hombre que se resistió al asalto se juntaron los curiosos, yo era parte del grupo de mirones. 
—Quiso robarlo y la victima opuso resistencia, entonces le disparó. Yo lo vi –dije a los otros transeúntes.
Por la acción de un karma exprés, el maleante tropezó y cayó al piso, varios héroes lo detuvieron y comenzaron a golpearlo; enseguida llegaron más personas y se contagiaron de la indignación y el hartazgo colectivo. Vivimos la ausencia de la autoridad, no sólo física sino moral. Hemos perdido la fe en la justicia.  Se avecinaba un drama en el que habría dos muertos. Deseaba que la policía demorara y la muchedumbre lograra ajusticiarlo, ¿para qué lo encerraban? ¿Para qué saturaban las cárceles?, seguro en unos días saldría libre por falta de pruebas y seguiría su carrera delictiva.
Se dirigió a mí un señor alto y muy delgado, vestido con un traje elegante pero algo anticuado, me dio la mano presentándose.
 —Soy Luciano Cruz. Es lamentable que la víctima haya pasado a segundo término por el afán de venganza. Lo primero es mostrar compasión por el finado, quizá no estaba preparado para morir y seguramente dejó asuntos pendientes. Fallecer debe ser una experiencia traumática, en la que se enfrenta soledad y confusión.  
—Mucho gusto, soy Santiago Fuentes –le dije al señor Cruz-, no entiendo muy bien de qué habla. Para mí, lo mejor sería vivir como en el viejo oeste, con juicios rápidos y de inmediato a la horca. Yo me apunto para preparar la soga y ser el verdugo. ¡Bonitos tiempos vivimos! La delincuencia organizada hace de las suyas en las barbas de la policía desorganizada.
—En todo acto humano el amor debe prevalecer. No es conveniente juzgar a otros, seamos hombres de Dios dando el perdón y compasión a nuestros semejantes –comentó.
—¿Alguien trae una cuerda? –pregunté a los presentes, ignorando groseramente al señor Cruz, pues me enfadaba que hablara como predicador-. Ahí está ese poste o aquel árbol que parece resistente, así no hay riesgo de que se quiebre y en lugar de ahorcado, sólo quede fracturado. Por lo que veo nadie trae una cuerda, por supuesto, ¿cuándo se ha visto que las personas echen una soga a su portafolio?, ni las mujeres la cargan en la surtida miscelánea ambulante llamada bolsa. 
Algunas voces aisladas gritaban:
—¡Déjelo! No se vale hacer justicia por propia mano, ya viene la policía. No somos animales-. Pero nadie se detuvo y siguieron con la patiza. A punto de lincharlo, la inoportuna policía llegó y repartió macanazos para rescatarlo.
—Me siento con el deber de rendir testimonio. Presencié un crimen y no me importa perder el tiempo en los juzgados, de cualquier manera no tengo un trabajo ni horario al que me deba sujetar –le dije al señor Cruz.
Mi ocupación habitual consistía en cobrar el alquiler de varias casas de las que era dueño, además la gente me buscaba para que les prestara dinero. Sólo se complicaba cuando algún cliente se negaba a pagar y tenía que recurrir a mis ayudantes -que eran un poco rudos-, para convencer al moroso de cumplir con el trato y evitar algún penoso accidente. Por otra parte, era lo que dicen, un soltero empedernido, valoraba mucho mi libertad, nunca tuve hijos, ni molestos parientes a quien atender, así que disponía del tiempo del mundo. Si me solicitan para declarar, por supuesto que acudiré. Estaba parado junto a un policía y le dije:
—Señor policía, fui testigo de lo acontecido, reconozco al homicida sin temor a equivocarme y me encuentro en la mejor disposición de ayudar. Yo nunca quise linchar al delincuente, ni cooperé para golpearlo, le aseguro que no me gusta la violencia. Pero, ¿qué podía hacer yo solito ante la turba enloquecida? –enseguida le di mis datos personales, mientras el policía hacía anotaciones.         
—Bueno, se acabó, debemos seguir nuestro camino –dijo el señor Cruz, quien me incomodaba porque era de esa gente confianzuda que se porta como si me fuéramos grandes amigos.
Poco después asistí a las audiencias públicas del juicio, no lo hice por metiche, sino porque tenía consciencia ciudadana. Atestigüé el interrogatorio.
—Soy inocente –dijo el malhechor al juez–, me confundieron, yo nada más iba pasando. Soy un honrado comerciante, padre de cinco hijos,  trabajo muy duro para mi familia.  Mire, aquí traigo las fotos de mis pequeños y de mi amada esposa.
—¡Mentira! ¡Farsante! Lo mató para robarlo –grité indignado.
—Que diga el acusado su nombre y domicilio –expuso  el fiscal.
—Juan Trinquetes, callejón Emboscada número 13 de esta ciudad.
—Que diga el acusado si pertenece a la conocida banda El baba y sus ladrones.
—Niego pertenecer a cualquier banda.
—Qué diga el acusado si su alias es el manitas.
—No, ese es mi hermano gemelo.
—¿Por qué huyó de la escena del crimen?
—No huí, tenía prisa por alcanzar el autobús para ir a trabajar.
—¿Reconoce el arma que tenía en su poder?
—Me la sembraron.
—Anexo como prueba documental los antecedentes penales del acusado, en donde se demuestra que fue procesado en un juicio anterior y un video del día de los hechos –dijo el fiscal.
Permanecí a presenciar todo el juicio. El video permitió observar la escena del crimen y al final el delincuente fue condenado gracias a las cámaras de seguridad colocadas en la avenida. Esperé inútilmente a que el juez me llamara.
Apareció el señor Cruz,  de quien me había olvidado y le dije:
—¿Tú qué haces aquí? ¿Me andas siguiendo? ¿Quieres mi dinero?
—Mi misión es ayudarte en la transición –y me lanzó una profunda mirada que transmitió respuestas y me permitió comprender.
De inmediato hubo en mí una revelación ¡Por supuesto! La víctima era yo. Hasta ese momento me había evadido de la verdad. El asalto fue tan rápido, tan inesperado, nunca pensé morir. Seguramente sufrí un estado que los psicólogos llaman negación, es un mecanismo de defensa que consiste en desechar la existencia de conflictos por considerarlos desagradables. Pues bien, ya me curé, sin necesidad de acudir al loquero, sólo con la ayuda del señor Cruz, mi nuevo amigo, a quien dócilmente me dispuse a seguir, no sé a dónde.

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DÍA DE PERROS
Patricia Ruiz Hernández

Abrí los ojos sin comprender por qué el despertador no había sonado a la hora programada. El sol ya daba sus primeros rayos, así que me levanté con brusquedad. Cuando quise encender la lámpara, encontré que no había corriente eléctrica, consulté el reloj de pared que sólo requería de una pequeña pila para funcionar, ya era tardísimo. Me reprendí a mí misma por depender de un aparato para despertar. No tendría tiempo de preparar el desayuno o realizar las tareas habituales. Entré con rapidez al baño para ducharme a toda prisa, recibí la desagradable sorpresa de que se había acabado el agua caliente. Sin otra opción me bañé con aquella agua helada. Me vestí, bajé, subí, regresé; con estas idas y venidas, ¡zaz!, tropecé con una silla mal puesta, caí dándome un golpazo en la frente con la mesa y otro en la rodilla. Maldiciendo, me paré con el orgullo lastimado; sin tiempo para la autocompasión, seguí cojeando de un lado para otro. Mi compañera de apartamento, Sandra, que con el ruido se había levantado, salió de su habitación y me detuvo cuando ya tenía las llaves en la mano a punto de marcharme.
—¿A dónde vas con esa herida en la frente? Ven, te voy a limpiar.
Del botiquín sacó algodón y un líquido que me ardió horrores.
—Rápido, se hace tarde. Si llego después de las ocho, el jefe me va a regañar.
—Espérate.  No puedes ir con sangre en la cara.
—Gracias, nos vemos, debo alcanzar el autobús –le dije cuando terminó la curación.
Caminaba con prisa en dirección a la parada de autobuses, todo lo que me permitía mi pierna lastimada, pero la carrera fue inútil, perdí el ómnibus que se alejó sin detenerse, por lo que debí esperar el siguiente; mientras lo hacía, observé como varios charcos permanecían en la calle, ya que una noche anterior había llovido. Entonces, sin esperarlo, pasó un automóvil a toda velocidad mojándome los pies y la falda, sentí el agua fría en el cuerpo. Volví a maldecir mi suerte por segunda vez en aquella mañana. Sí mi madre escuchara, seguro me regañaría por boquifloja. Consideré regresar a casa a cambiar la ropa y los zapatos, pero deseché la idea por lo tarde que era.
Cuando subí al camión descubrí que había olvidado la cartera; con nerviosismo busqué en las profundidades de la bolsa, sin encontrar alguna moneda que me sacara del apuro. Ante la impaciencia del chofer con cara de pocos amigos, encontré a mi ángel de la guarda, personificado en un señor muy amable que ofreció pagarme el boleto.
—No se apure señorita, un día me lo paga, a fin que la conozco de vista, siempre nos encontramos aquí.
—Gracias, prometo que le pagaré, es que olvidé la cartera.
Unas cuadras más adelante había congestionamiento vial, ignoraba si a causa de un accidente o un desfile. Sólo sé que mi impaciencia crecía mientras los minutos transcurrían. El chofer tomó la decisión de desviarse de su ruta habitual para encontrar una salida por otra calle, lo que me alejó gran distancia de mi destino. El camión presentaba un rechinido nada agradable y debí soportar el irritante ruido de fierros.  Pasó un rato y detuvo su marcha para ya no funcionar más. ¡Era el colmo de la mala suerte! Los pasajeros murmuraban su descontento, rumiando desesperados. El chofer bajó a examinar el motor, pero sólo consumió valiosos minutos. Pidió que bajáramos del vehículo, diciendo que llamaría a otro autobús para que nos trasladara. Transcurrió mucho tiempo en la espera.  En suma, llegué a la conclusión que el universo se había confabulado para hacerme la mañana difícil, hay días en que la suerte anda torcida.
Por el móvil marqué a la inmobiliaria donde trabajaba para avisar de los contratiempos, pero no obtuve respuesta. Seguro Juanita, la recepcionista, también se había retrasado.  Aunque yo era una empleada puntual y eficiente, el jefe tenía fama, bien ganada, de intransigente. Lo sabía por lo que le sucedió el otro día a mi compañera, Susana, cuando se le ocurrió llegar tarde.
—¿Dónde trabaja ahora, señorita Susana?, por lo visto aquí ya no –le dijo  Don Perfecto en aquella ocasión.
Susana explicó sus infortunios, pero él dijo que ésta era la última vez que permitía la falta de puntualidad en su oficina, que exigía responsabilidad ante todo.
Cómo extrañábamos al arquitecto Gómez, por ser más compresivo con nosotras, pero se ausentaba con regularidad, dejándonos bajo la tiranía de Don Perfecto. Con ese antecedente, me angustié pensando que tal vez perdería mi trabajo. Sin otra opción, me resigné a esperar el autobús que llegaría al rescate, pues sin dinero no podía darme el lujo de tomar un taxi.  
Cuando por fin me acerqué a la oficina, encontré un horrible cuadro que nunca olvidaré. Ambulancias, bomberos y cuerpos de rescate trabajaban en lo que había sido el edificio de la inmobiliaria. Una espantosa explosión –de origen todavía desconocido- había terminado con la vida de los que ahí laboraban. Con gran pena recibí la noticia de que no había sobrevivientes. Juanita, Susana, Don Perfecto y muchos otros, eran ahora una irreconocible masa carbonizada. 


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domingo, 24 de enero de 2016

LITERATURA EN APASEO EL ALTO


LITERATURA EN APASEO EL ALTO

Esta muestra de escritores apaseoaltenses es sólo una pequeña prueba del gran talento que existe en este municipio, de algún tiempo a la fecha el movimiento cultural local ha venido consolidándose; hoy ya no sólo podemos admirar el excelso trabajo de talla en madera que se produce en Apaseo el Alto sino que también tenemos la posibilidad de conocer la labor artística de músicos, pintores, bailarines, gente de teatro o literatura.
La producción literaria local ha venido madurando a través de los años, desde la semilla que dejó Alfredo García Servín con  su libro de cuentos “Los mundos de Okiris” con el que ganó el Premio Nacional de Cuento Jorge Ibargüengoitia, en el lejano año de 1990. Desde entonces la producción literaria en sus distintos géneros ha venido evolucionando y sólo por algunos lapsos de tiempo se ha detenido. Los escritores apaseoaltenses no han dejado de producir y de publicar sus trabajos, algunos de ellos a través de incentivos gubernamentales tales como el PACMYC.
Ha habido intentos para formar un taller literario, un club o una asociación para consolidar y aglutinar a los escritores de nuestro municipio. Por diversas circunstancias ello no ha sido posible y el escritor vuelve a su condición de ser solitario, quizá sea porque así se escribe mejor. La realidad es que nuestros artistas locales actualmente se encuentran dispersos y trabajando cada uno por su cuenta; por eso vale la pena reunir a estos cinco talentos y conocer sobre qué están escribiendo en este momento los jóvenes literatos de Apaseo el Alto, a quienes ya tenemos un corto  camino recorrido nos corresponde mostrarles la vereda y proporcionarles las pocas o muchas herramientas con las que contamos para que su caminar por la ruta de las letras no sea tan tormentoso como lo fue para algunos de nosotros.
Dentro de este círculo de escritores se encuentra la nueva generación de literatos locales de quienes les presentamos una breve selección de su trabajo. Poetas y cuentistas predominan en esta nueva generación, para la actual muestra se presentan trabajos que manejan diversas temáticas que van desde la cotidianeidad del campo de nuestra región, pasando por el amor, la ausencia, hasta la crítica al ocultamiento de la verdad por parte del poder gobernante.
En los textos de Guillermo Franz, Nancy Puga, Massiel Rodríguez,  Luis Alberto Girón y Rafael Cabrera percibimos un paso más dentro de la evolución de la literatura apaseoaltense; todos ellos son jóvenes que buscan espacios de expresión para mostrar su trabajo y que no es fácil conseguir y mucho menos en una localidad tan pequeña. Por eso es admirable su perseverancia, ya que en el camino se han ido quedando muchos compañeros que al no ver apoyos ni espacios para mostrar su labor terminan desencantados de la literatura y deciden abandonar el oficio.
Estos cinco jóvenes nos revelan un poco de sus sentimientos a través de su trabajo literario, en cada uno se nota la intención de ir encontrando su propia voz; es evidente que es necesario un proceso de madurez, pero ya es un gran logro el tener la iniciativa de mostrarlos y ponerlos a la disposición del público lector.
Cinco escritores de cuento y poesía que nos abren hoy sus sentimientos para que los lectores sean quienes determinen el valor del trabajo de cada uno; a los lectores y a las instancias locales de arte y cultura a título personal les pido que no dejen de seguirlos y de apoyarlos ya que el escritor se debe principalmente a sus lectores; pero, además,  nunca caerá mal un incentivo oficial, sea de la índole que sea (espacios para lecturas públicas, permisos para organizar eventos, publicaciones y un largo etcétera con signos de pesos al final).
Son cinco talentos emergentes, cada uno forjando su propio estilo; son jóvenes que no debemos perder de vista ya que seguramente muy pronto veremos más trabajos suyos publicados. Estimados lectores, disfruten pues de esta mínima muestra de la producción literaria de Apaseo el Alto… ¡Buen provecho!
Ramón Granados Juárez



EL OBSERVADOR
Guillermo Franz

Siempre me ha costado distinguir entre la realidad y el pequeño mundo enclaustrado que me he creado.  Desde niño, incontables fantasías y pesadillas vinieron para mezclarse con la vida diaria. Al paso del tiempo eso nunca cambió.
Tal vez por todo aquello, en algún punto de mi juventud, decidí aislarme del entorno y sus personas. Nunca supe si hubo una pizca de comprensión viniendo de uno u otros, jamás me importó. De acuerdo a la etapa de madurez en que me encontraba, las fantasías fueron variando, desde viajes en barcos de piratas, surcando entre las nubes, hasta visitas a ruinas de templos maravillosos. Imágenes iban y venían. Cambiando de acuerdo al paso del tiempo.
La única alucinación que jamás cambió fue ese pequeño niño que en cada sueño permaneció parado, a cierta distancia sin pronunciar palabra alguna, solo observando.  Sea cual fuese el sueño ese niño desconocido solo se limitó a acompañarme. Sin duda alguna no se trataba de una representación de mi infancia, o alguna persona que yo llegué a conocer. ¿Quién era entonces? ¿El ángel o el demonio que estaba esperando el momento de mi muerte? ¿Un vigilante o mensajero? Jamás lo supe, y tal vez jamás llegaré a saberlo.  No sé cómo, pero, estoy seguro que “Eso” me acompañará por el resto de mis días mortales.

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ÁNGEL IMAGINARIO
Luis Alberto Girón

El dolor llegó
Cumpliéndose la profecía.
De más llegó el terror que casi pierdo la vida.

Abandonas tus alas de ángel,
te quedan muy pocas plumas,
confiada sigues tu vuelo
directo hacia las penumbras.

Debo dejar de sufrir.
Debo aprender a vivir.
Y debo dejarte ir.

Desde hoy me convierto
en tu ángel imaginario.
Sujetaré tu vuelo
y la caída evitando.

No dejaré que veas nada:
Llevaras los ojos vendados.
Al final de tu camino  verás
por donde  hemos pasado

Debo dejar de sufrir.
Debo aprender a vivir.
Y debo dejarte ir.

Te sentirás realizada,
mirarás hacia atrás,
yo estaré exhausto del vuelo
y no te enterarás.

Ya puedo morir tranquilo,
tu viaje llegó al final.
Acurrucado y en silencio
puedo morir en paz

Mis alas son para ti.
Puedo dejarte fingir.
Sigue tu vuelo, 
son para ti...


OCULTANDO LA VERDAD
Luis Alberto Girón

Condenados somos desde siempre.
La vida y el mundo tienen secretos.
Gobernada es la mente.
Del apetito del saber  nos quitan los deseos.
¿Qué es tan importante?
No podemos  saber.
¿Qué ocultan los parlantes
Presidentes y la fe?
Tardan siglos en explicar el ruido.
El universo explicará a su tiempo.
Generaciones de vida nueva
 con duda están al no comprenderlo
La ignorancia no es tal cual ven,
entendemos que el mundo tiene un destino.
Es tanta la sed del saber
aunque para eso no estemos listos.
Algún día verán la luz
dejarán de ser secretos,
cambiarán por siempre al mundo,
Llegando así nuevos deseos...

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SI FUERA RICO
Nancy Puga Patiño

Si fuera rico, mandaría pintar el vecindario. Le compraría un novio a Lolita porque nunca ha tenido uno  y un portón grande a la vecina de enfrente, para no verla y una pierna a Anacleto, para que no camine renco; tal vez su destino fuera otro. Si fuera rico le compraría menudo los domingos a Chonita, para hacerla sentir que cocina con sazón. Le tumbaría los dientes a mi abuelito, pa’ ponerle unos nuevos que no estuvieran nejos. Le pondría macetas a la casa porque dicen que traen felicidad y armonía, le regalaría su vinito al padre, para que celebrara misa más contento. Lanzaría piedras a las ventanas, para poner unos vitrales que adornaran. Contaría los barrenderos para mandarles a hacer sus uniformes.
Si fuera rico, no lo pensaría dos veces, me largaría a donde no los volviera a ver.

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DEJARLO IR
Massiel Rodríguez

Me escondía bajo tu sombra
no concebía siquiera pensar,
imaginar esas noches sombrías
es causa de aflicción y ansiedad.
Se asomaron los fantasmas,
liberándose de la esclavitud,
¿A dónde voy si me cortaron las alas?
Apresuradamente…
Despido los aromas de tu piel
cierro la puerta de las penumbras,
que atraviesan como un haz de luz
este cuarto embriagado de memorias.
Abro la ventana,
el viento golpea mi cara,
en este instante,
clausuré la puerta de entrada
entregando tu recuerdo al pasado.
Y así, te deje ir,
tal como debió ser,
tal como se funden tus fotografías
en las brasas de una fogata al anochecer…

LLOVERÁ
Massiel Rodríguez

Sueltas mi mano,
con un beso en la mejilla te alejas.
Solo digo adiós,
mientras esparcidas por el aire
se arrastran hojas secas detrás de tus pasos…
Volteo hacia los cerros,
sé que volverán a enverdecer.

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LUNA DE OCTUBRE
Rafael Cabrera

Tempestuosas son tus noches, luna de octubre.
Frías tus hojas y heladas tus estrofas
poema de luna y sueño errante
tu figura luna eterna.
Cabalgata en los cielos
sobre esos vientos que te pertenecen
sobria y helada mujer de la tierra
furtiva amante del sol enfurecido.
Luz que penetra los poros de mi cuerpo.
Eterna Menguante.
Quemada y bloqueada por tus nubes
que te envuelven, luna de octubre.
Que hueles a nostalgia y sabes a melancolía.



NO PUEDO SER POETA
Rafael Cabrera

No puedo ser poeta porque anoche desconocía mi nombre,
roto como páginas de libro abandonado.
Irrumpí esta mañana
con las letras de mi nombre aún desconocido
y entre polvo y escombros armaba mi propio rompecabezas.
No puedo ser poeta porque mis letras están cansadas
y adormiladas en hojas blanquecinas
mojadas de nostalgia y crudas lágrimas reventadas.
No puedo ser poeta porque mis letras se han muerto
heladas en las noches y se quiebran cada que las edifico.
Porque mis manos se agrietan temblorosas por la ausencia de mi cordura.
Nunca más poeta porque mis expresiones pesan demasiado
 y mis manos se cansan esculpiendo prosas que se roen con las lágrimas saladas.
Después de todo no puedo ser poeta.
Porque mi propio nombre está deshecho y no puedo reescribirlo.
Porque las letras que uso queman en la garganta
y mi lengua se calcina cuando las pronuncio.
Porque si lloro es por la culpa de esas palabras suicidas
que reviven las memorias acechando en las hojas y cazando corazones.


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domingo, 17 de enero de 2016

LA TEJEDORA DE HISTORIAS


LA TEJEDORA DE HISTORIAS
-La obra de Paola Klug-

Paola se define a ella misma como “la bruja de la palabra”. Es una escritora con un enorme talento y disposición a contribuir con su arte a mejorar el mundo. También es contestataria, propositiva y luchadora de causas sociales. Se ha formado una carrera principalmente en el ambiente cibernético, donde su blog recibe miles de visitas mensuales y la siguen miles de lectores. Además, ha sido publicada en muchas antologías, organiza eventos culturales y ha participado en foros donde siempre destaca por su calidad y calidez.
Dice “supe desde muy pequeña que yo había nacido para escribir; otras niñas recibieron belleza, otras una hermosa voz, incluso algunas la promesa dulce de una muerte temprana; sin embargo mi bruja madrina me dio un telar con el que tendría que tejer historias hasta el final de mis días”.
Para el Taller Diezmo de Palabras, es un honor dedicarle este espacio a Paola, amiga veracruzana y celayense por adopción, para que nos cuente, a su manera, como llegó a escribir una de sus obras más difundidas y nos comparta algunas historias que se han vuelto ya entrañables en el mundo virtual. Gracias a esta “bruja de la palabra que con cada letra que escribe rinde tributo a su magia, sus ancestros y sus raíces”.
Julio Edgar Méndez

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SOBRE TRENZARÉ MI TRISTEZA:
Mi abuela paterna era una indígena chinanteca nacida en las altas montañas de Veracruz. Su piel era morena como la mía, estatura baja y complexión delgada. Sus ojos eran pequeños y un tanto rasgados, pero se enmarcaban perfectamente en su rostro angular de pómulos altos.
Mi abuela Ricarda tenía el cabello extremadamente largo, tanto que al soltárselo le llegaba casi a los pies –eso era lo que mi padre nos contaba desde pequeños.
Mi abuela Ricarda conoció a mi abuelo Ramón en los cañaverales, él era un mulato con orígenes cubanos. Su relación no fue bien vista por la familia de mi abuela y en lugar de boda hubo un escape. Ambos se alejaron de la costa, el monte y el calor para llegar a la ciudad de México. Allí, sin nada más que lo que se profesaban el uno al otro formaron un hogar y después una familia. Primero nació mi padre, después dos tías. Esperanza -la más pequeña- falleció tres años después de haber nacido, murió a causa del polio. Esa fue la primera gran tristeza de mi abuela y con ella, la inspiración para mi cuento.
Mi abuela tuvo una vida difícil, pero como todas las mujeres de su tiempo tuvo que soportar su dolor en silencio; se alejó de su familia, vio morir a su hija más pequeña, pasó hambre, frío, le arrebataron a mi padre cuando aún era un niño y vio morir años más tarde al amor de su vida. Cuando mi abuelo murió, ella se cortó su larga trenza y la enterró con él. Meses después también murió ella.
Una tarde uní las historias contadas por mi padre con mi propia idealización de mi abuela y “trenzaré mi tristeza” vio el mundo por primera vez; era la voz de mi abuela usando mi voz, el eco distante de un fantasma cercano ayudándome a materializar un recuerdo quizá.
Sé cuán importante era el cabello de mi abuela para ella misma y también cuán importante fue el dolor que la marcó una y otra vez a lo largo de su vida así que “Trenzaré mi tristeza” es un homenaje a ella y a todas las mujeres que tengo trenzadas en el ADN.
TRENZARÉ MI TRISTEZA
Paola Klug

Decía mi abuela que cuando una mujer se sintiera triste lo mejor que podía hacer era trenzarse el cabello; de esta manera el dolor quedaría atrapado entre los cabellos y no podría llegar hasta el resto del cuerpo; había que tener cuidado de que la tristeza no se metiera en los ojos pues los haría llover, tampoco era bueno dejarla entrar en nuestros labios pues los obligaría a decir cosas que no eran ciertas,  que no se meta entre tus manos -me decía-  porque puedes tostar de más el café o dejar cruda la masa; y es que a la tristeza le gusta el sabor amargo. Cuando te sientas triste, niña, trénzate el cabello; atrapa el dolor en la madeja y déjalo escapar  cuando el viento del norte pegue con fuerza. Nuestro cabello es una red capaz de atraparlo todo, es fuerte como las raíces del ahuehuete y suave como la espuma del atole. Que no te agarre desprevenida la melancolía, mi niña,  aun si tienes el corazón roto o los huesos fríos por alguna ausencia. No la dejes meterse en ti con tu cabello suelto, porque fluirá en cascada  por los canales que la luna ha trazado entre tu cuerpo. Trenza tu tristeza, -decía-, siempre trenza tu tristeza…
Y mañana que despiertes con el canto del gorrión la encontrarás pálida y desvanecida entre el telar de tu cabello.



MESTIZA
Paola Klug

Dicen que soy mestiza porque en mí convergen dos caminos distintos, dos historias entrelazadas de muerte y destrucción. Soy el resultado de la violación y del sometimiento.  Engendrada en el vientre de la culpa que clama venganza, que clama justicia.
Dicen que soy mestiza porque mi piel es más clara que el cacao y más oscura que la leche amarga. Porque tras el café de mis ojos se esconde el color de la hierba que muere en otoño. Pero mi mirada es antigua como el valle en el que crece.
Dicen que no pertenezco a ningún lado, que soy mitad caballo y mitad lobo. Porque mis labios hablan una lengua distinta a la que habla mi corazón.
¿Y qué saben ellos del canto de mi sangre que arde? ¿Qué saben de los recuerdos que trenzan junto a mis cabellos las manos morenas de mi abuela venado?
Mi voz es chinanteca y mi puño es Yoreme.
He vaciado a Berlín, a Castilla y a la cruz de mis entrañas.
Soy el guaje, la piedra dentro del capullo de mariposa recogida en el monte, las grietas en los pies del anciano de Pascola.
Soy el comal en el que el fuego cuece al olote, soy la hoja del árbol padre en el cerro relámpago, un hilo en el bordado; soy los dos espíritus.
Dicen que soy mestiza los que de mí no saben nada.


CURANDO LAS PENAS
Paola Klug

Doña Chole traía un dolor muy fuerte en el pecho; ciertamente la molestia la había tenido durante años pero últimamente se había hecho insoportable vivir así. Se encaminó entre la maleza y subió cuesta arriba del cerro buscando el hogar de la curandera.  Allí estaba ella, afuera de su jacal dando de comer a sus gallinas.
Doña Chole le explicó a grandes rasgos los síntomas de su enfermedad:
—Me duele el pecho y me cuesta respirar, a veces se me atoran los suspiros en la garganta y me dan ganas de llorar.
—¿Desde cuándo empezaste con ese dolor?
—Desde muy chamaca, tendría yo unos 12 o 13 años -respondió Doña Chole mientras se sentaba en la banquita de madera.
—A ver cuéntame porque te empezó el dolor, acuérdate bien como fue porque de la enfermedad depende el remedio.
Doña Chole se quedó pensativa mirando hacia los granos que se disputaban las gallinas, luego cerró sus ojos y una lágrima salió de ellos. La curandera la miraba atenta sin decir nada.
—Me empezó el dolor cuando él se fue. Como le dije, yo era una chamaca por aquellos tiempos. Las familias no estaban de acuerdo en que nosotros estuviéramos juntos, entonces me escapé con él y nos fuimos pal monte. Vivimos allí  en una casita chiquita unos meses sin que nadie nos molestara pero entonces llegaron  los milicos. Nos pegaron a los dos, a mí me violaron y me dejaron tumbada entre la hierba dándome por muerta, a él se lo llevaron y nunca regresó. No pude regresar con mi familia ni a mi pueblo y tuve que buscar otro lugar pa vivir,  pero de cuando en cuando me iba a dar una vuelta a la casita que me construyo para ver si había vuelto, pero nunca lo hizo.
—¿No tuviste otro hombre?
—No.
La curandera asintió con su cabeza sonriendo dulcemente a Doña Chole,  luego  entró a su casa y sacó un racimo de hierbas;  unas estaban frescas y otras estaban secas. La vida y la muerte estaban entre sus manos arrugadas. Al regresar, la curandera comenzó a cantar una canción que Doña Chole no entendía pero que le sacaba las lágrimas.  Luego prendió un cigarro y le aventó el humo del tabaco en el rostro, para terminar dándole una friega con las hierbas que traía en las manos.
El dolor en su pecho desapareció inmediatamente, Doña Chole no recordaba lo que era vivir sin dolor y sentía que algo le faltaba.
—Vas a sentirte así unos días, después estarás bien.
—¿Que  tenía?
—Penas viejas en el buche. Quité de tu espíritu las manos de los milicos y le recordé a tu alma que era libre y que nadie la había tocado, por eso chillaste. Te arranque la culpa y la vergüenza que no tenías que sentir y las saqué al aire con el tabaco. Tu hombre ya no está aquí, pero eso tú lo sabes desde hace mucho. También solté el lazo con el que lo amarraste porque no lo dejabas ir y hacías que también le doliera tu dolor, ahora los dos son libres. Quizá se verán luego, se encontraran en otra vuelta o no, pero ya tienen que seguir con su camino y su camino ya no los lleva juntos en esta vida.
Doña Chole le pagó el favor  a la curandera con lechugas y tomates de su tierra, se despidió amablemente y le agradeció curarle las penas. Y aunque nunca más tuvo otro hombre en su vida, ya no sentía tristeza por no estar con aquél que le había sido arrebatado. Doña Chole por fin pudo estar en paz consigo misma, cuando ya no deseó estar con sus fantasmas.

LA MUERTE Y EL COMAL
Paola Klug

La muerte se lo arrebató de repente, no hubo avisos previos ni un solo mensaje. No cantó el tecolote, ni aulló el perro ni apareció la mariposa en el  portal. Simplemente se fue, como se van las aves volando o los peces siguiendo al río.
Ella se había despertado temprano como todas las mañanas y había prendido el fogón. Estaba de rodillas a punto de poner la masa de las tortillas cuando le dieron la noticia. Dos lágrimas cayeron en el comal e hirvieron hasta consumirse entre las grietas.  Ella se quedó en silencio con la mirada puesta entre las chispas de vida que brincaban entre los maderos,  entre el adobe que sostenía el comal y en la olla de barro tiznado que contenía el agua para el café.
La muerte se lo llevó  y no pudieron despedirse; ella ya no pudo ver sus ojos dormidos, ni sus manos largas. No le pudo decir lo siento, ni hasta luego, ni te extrañaré siempre; ella  tuvo que besar al viento y acariciar la ceniza entre sus piernas, tuvo que gritar callada y consumir su dolor entre la cal –tal como lo hicieron sus lágrimas.
El ya no estaba. Y a ella solo le quedaba el comal, el fogón, la olla para el café, el adobe quemado y los recuerdos que olvidó llevarse la muerte.

domingo, 10 de enero de 2016

ERAT HIEMS SUMMA


ERAT HIEMS SUMMA
“Se estaba en pleno invierno”

Con esta línea comienza una de las cartas oratorias de Marco Tulio Cicerón (quien nació un 3 de enero). Excelente orador, filósofo, escritor, político y ser humano, nos dice, con esa frase simple, lo profundo de la temporada invernal. El frío (que parece que llega y no llega) incide sobre los pensamientos. La melancolía se convierte en fuente de inspiración. Los poemas llegan solos, traídos de la mano por el viento. En el Diezmo de Palabras no es la excepción. Los poetas que nos comparten sus sentimientos abren la puerta para permitirnos atisbar a lo que en su alma siempre es pleno invierno. Vale.
Julio Edgar Méndez



ENCUENTRO
Javier Aranda

Aquí viene el resplandor con la luz prestada por la luna.
Corre hacía mí, me baña con destellos
y me sumerjo en la gracia de la media noche.
Cuando llego al fondo,
un silencio como venido del fin del mundo,
-insondable ardor-
apolilla mis huesos y el alma,
pero tiendes tu mano para sacarme del infierno;
como la virtud del pecador que baja lentamente al inframundo.
Ya abrazados, somos polen volando ante la adversidad.
Es cuando regresamos del sueño y atiendes mis heridas,
pega con tus labios los huesos.
Con tu alma junto a la mía hacemos el amor
como los gatos que a diario vemos en el tejado.
Ahora amanece en la casa,
tomamos la ropa del otro y hacemos nuevos atuendos,
nuevos ojos y la misma luz que nos baña
-lo sabemos- nos bendice.
Un río pasa por nuestros pies
y saca el salitre de los cansados sueños.
Amorosos los dos, nos encuentra la tarde.
Plantamos chispazos del entonces
para montar un altar de quimeras.
Todo está preparado para vivir juntos la vida.
Amada, sonríe,
encontramos el relámpago que no muere.

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FLOR DEL ALBA
Martín Campa Martínez

Por tu madre, tus ancestros e infortunios.
Por quienes te señalan y siempre imploran tus favores.
Por aquellos que no pueden comprar
la negrura de tus pestañas
mucho menos las hojas doradas de tu fragancia.
Por aquellas que rompen su antipatía
cuando te ven amar el caos de la ciudad.
Por los cuchillos y complacientes aromas
que atesoras en tu regazo.
Por los clérigos que te eximen
a cambio de unas gotas de simpatía.
Por este urbe que te festeja.
Por mis congéneres que sienten frío sin tus manos.
Por los tacones de tu necesidad,
dama de la calle, flor del alba,
esta madrugada antes de que te vayas,
abandona aquí la chispa de tu apellido
para seguir incendiando la ávida letra
que dejaste adormilada
bajo la frescura de mis paños.

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YO CREO QUE FUE AYER...
Karina Guzmán

Ansiaba acariciar tu cara,
vivirte un poco más,
contemplar tu cáliz y tus ojos,
ver el contorno de tus labios con detalle,
darme cuenta que esos labios yo los he besado.
Creo que fue ayer cuando quise acercarme a ti...
Los días son fríos y el alma anhela aquellos brazos.

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FLORES NEGRAS
Diana Alejandra Aboytes

Ella había comprado flores,
flores secas sin pistilos ni pétalos.
Las colocó en esa esquina de sombra
donde el recuerdo muerde.
Tenía frio.
Su piel huérfana de amor
le gritaba por los poros que estaba sola.
Se asomaba por la ventana,
mirando desde la cueva de sus ojos.
Quizá queriendo que la figura del hombre
a quien extrañaba,
se posara en el paisaje que observaba.
Pero eso jamás sucedería;
porque como ocurre con el otoño
al comenzar el invierno...
él había muerto.

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LAS PALABRAS SON FRUTAS
Martín Campa Martínez

Las palabras son grillos
que el vate derrama sobre el atardecer;
mezquites donde el viento
enraíza con los ángeles atrás;
antídotos para el que vive hechizado
por cantarle al zenzontle que aparece
sólo cuando germina la oscuridad.
Vigías del canto vívido del monte
y ojos para mirar también a nuestros hijos.

Las palabras son frutas de ansia palpable,
madurándose igual que el nombre del poeta.

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SIEMPRE SOÑÉ CON SER COMETA
Ricardo Guerrero

Siempre soñé con ser cometa
y ver morir estrellas,
constelaciones enteras.
Siempre soñé
y nunca deje de soñar,
ese fue el pequeño problema.
Para volar, hay que caer
para caer, hay que dejar de soñar.
Para volar, hay que creer
que no todos los sueños
se hacen realidad.

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JUSTO ESTA BRISA
Karina Guzmán

Justo esta brisa
me recuerda a tu partida,
el aroma de esta época
y el aire fresco que toca mi piel,
justo ahora que me sentía tan libre,
tan feliz,
un destello de tus recuerdos
tapa de nuevo mi vista para dirigirse al pasado,
involucrarme de nuevo y con el pecho oprimido,
tus fantasmas vuelven a mi mente
aunque sé que en un momento se van,
en grandes suspiros que no puedo descartar.

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CÓMPLICES
Arturo Grimaldo

La noche estaba a mi lado
y era cómplice en susurros;
envuelta en deseos mundanos
bebió mi aliento
y yo del suyo.
Olí el perfume de sus senos
probé el polvo de sus caderas;
sacudí el rocío de su pelo.
Se convirtió en cascada,
se volvió pradera.
Me deslicé hasta su ocaso,
vi su vértice en penumbra;
le hablé sin hacerme caso,
se convirtió en suspiros,
como acostumbra.
Sus labios me
enseñaron a amar;
luego, disfruté su sonreír.
No quisiera dar por dar,
cuando aquello sólo es mentir.
Los dos corrimos a buscarlo
entre ambos hubo el ritual;
se estremecieron las manos
en erupción de volcán.

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BIENAVENTURADOS
Eduardo Zuria

Bienaventurados
los pobres de espíritu,
que al perder el egoísmo,
en todos nos es
el reino de los cielos.
La buena y sola estancia
en el espíritu esencial
de plenitud ventura,
nos confunde en el Amor
de este cielo infinito.

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LABIOS CARMESÍ
Arturo Grimaldo

Tus labios pintaron mi cuerpo de sol,
quemaron tus fuegos mis ansias
fuimos luego una mar en calma.
En rayos de arcoíris descendiste
a lo profundo de mis entrañas;
se enredaron tus manos en mi pelo
quedé oculto entre tus alas.
Borramos las huellas delictivas
para evitar murmullos clandestinos,
no quisimos que el mundo conociera
la triste oscuridad de nuestras vidas.
El sol ocultó nuestros pesares
del adiós que apareció en tus labios;
bebimos del vino más amargo,
de otras viñas… de mil andares.
Desde que te has marchado
quedaron ausentes nuestras vidas;
borraste mis letras del abecedario
le mutilaste las horas a mis días.

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LA VIDA SIGUE
Cleotilde Gordoa

Llegó el invierno
y sus remembranzas,
espacios vacíos,
palabras no dichas.

Abrazos pendientes,
rencores guardados,
llanto contenido
y penas ocultas.

Muchos ya se han ido
dejando la ausencia,
otros han llegado
y la vida sigue.

Las luces se encienden,
los árboles duermen,
cantan alabanzas,
tienden las congojas.

Vuelven los recuerdos
de tiempos ya muertos,
se añoran los brazos
y miradas viejas.

Cuantas navidades
y su algarabía,
cuantas esperanzas
colgadas al viento.

La vida se teje
de alegrías y llanto,
de risas y sueños
y despedidas largas.

Repiquen campanas,
enciendan el árbol,
hagan aguinaldos,
que la vida sigue.

Llenen los espacios
con muchos recuerdos,
hagamos un brindis
por los que se fueron.

Hay inviernos crudos
que desnudan el alma,
pero hay mil motivos
y la vida sigue.

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CUANDO HUYEN LAS PALABRAS
Cleotilde Gordoa

Hay días en que se pierden, se esconden,
se transforman.
Las encuentran tiradas, arrugadas, sin sentido,
convertidas en piltrafas, dislocadas.
Son palabras ausentes, sin rima y asonantes,
como los tornados que azotan y se alejan,
como los ríos revueltos, sucios, asesinos.
El ritmo se asoma pero huye de inmediato
y el poeta se desangra por una frase bella,
se deja morir en los rincones de su soledad.
Las horas se convierten en pesadillas negras,
las noches se alargan irremediablemente
y la poesía no llega, se ha extinguido.
El letargo se apodera de sus manos frías,
el papel a su lado pierde sentido
y se vuelve una sábana interminable.
Les grita a las musas con delirio,
las quiere atrapar entre los recuerdos,
las inventa una y otra vez, pero no llegan.
Llega la oscuridad y se sumerge en ella,
pierde la noción del tiempo y la vida,
y se deja morir acongojado por la pena.


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A la memoria de Herminio Martínez

      Herminio Martínez, maestro, guía, luz, manantial, amigo entrañable y forjador de lectores y aspirantes a escritores. Bajo sus enseñanz...